En 2018, en pleno auge del movimiento feminista, se nos presentan varios problemas que nos hacen plantearnos si verdaderamente esta victoria es tan real como parece, o más bien, quiénes somos las favorecidas con ella. Se habla mucho de feminismo y del empoderamiento de la mujer, y contra lo que hace unos años pudiera parecer, lo cierto es que ideas aparentemente tan básicas como la libertad de cada una para decidir sobre su propio cuerpo (el aborto, la depilación, etc) son cada día más y más defendidas por mujeres en todo el mundo. Podríamos considerar esto como un triunfo, y de hecho parece que lo es, pero el problema radica precisamente en este punto. El punto en el que, asumiendo y aceptando nuestra libertad individual de decisión, olvidamos la idea principal del feminismo: la pluralidad. Es cierto que necesitamos este sentimiento particular de liberación, esta independencia y decisión que hace no muchos años parecía una idea remota, para sentirnos fuertes y seguras y así poder continuar la lucha. Y es aquí donde ponemos un punto final. ¿Dónde queda, entonces, el sentimiento de colectividad?
Marcas tan reconocidas como Bershka o Nike publicitan sus productos con mensajes feministas, mensajes atrayentes sobre la importancia de quererse a una misma o, directamente, reivindicando la necesidad de ser feminista, como en su momento hizo Inditex. Podría parecer una simple muestra más del auge y de la globalización de este movimiento, pero lo cierto es que esta situación es cada día más preocupante. Con frases como“Proud feminist” o “Juntas e imparables”, el capitalismo consigue atraer nuestra atención, tendernos una mano estratégicamente posicionada para que nos sintamos conformes y protegidas en un sistema que detrás de estos eslóganes esconde realidades tan atroces como la explotación de mujeres en Bangladesh, Marruecos o Turquía, con sueldos miserables de dieciocho céntimos la hora. El motor que mueve el capitalismo es, como indica su nombre, el capital, el acumular dinero a costa de cualquier cosa, en este caso, monetizar un movimiento de masas que cada día parece estar más integrado en nuestra sociedad. Es así como las grandes empresas se lucran a costa de nuestra lucha, manteniéndonos conformes en nuestra libertad personal para que no pensemos demasiado en ello. Nos aplauden, nos muestran un apoyo totalmente falso que nos posiciona en un estado de comodidad que nos mantiene satisfechas. Lucimos con orgullo sus camisetas cosidas por niñas que viven en la miseria, porque somos feministas, somos libres. El capitalismo actúa para ello y se beneficia monstruosamente a nuestra costa.
De nuevo, el sentimiento de colectividad. Hemos olvidado el porqué del feminismo, y, sobre todo, el para quién. Más allá del carácter individualista de marcada ideología liberal que poco a poco ha ido calando dentro del movimiento, hay un problema todavía mayor que a menudo pasamos por alto, y es, como digo, el por quién estamos luchando. El sistema se encarga de mantenernos contentas, de mantener vivo ese sentimiento individualista, pero precisamente por eso deberíamos pararnos a pensar en el sentido de esta lucha. Las feministas blancas nos hemos olvidado de las mujeres negras, transexuales, discapacitadas, etc. Paulatinamente hemos agachado la cabeza hasta centrar la mirada en nuestro propio ombligo blanco y a menudo normativo. Entender este problema es entender por qué cada día mujeres como la reina Letizia, situadas en las más altas esferas, se “suman” a este feminismo que tanto nos ha costado construir, y es que, si perdemos ese sentimiento de fraternidad y hermandad con las mujeres de nuestra clase, las mujeres bien posicionadas y ajenas a nuestros problemas y reivindicaciones se sirven del feminismo para llevarlo a su terreno y convertirlo en algo totalmente ajeno a nuestras necesidades, tirando por tierra el trabajo de todas.
Este movimiento es por y para nosotras, las estudiantes, las trabajadoras, sin eslóganes ni marcas que nos patrocinen. No necesitamos el apoyo de un sistema que nos ahoga, discrimina, exprime, aprieta y asesina, necesitamos recuperar el sentimiento de sororidad y compañerismo. Nos necesitamos a nosotras.
Fuente: Klandestino, espacio de opinión de Estudiantes de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid