Las pandemias del futuro. Del covid 19 a la situación actual.

“Nuestro mundo está rodeado de ciudades de millones de cerdos, aves de corral de monocultivo, apretujados unos contra otros. Una ecología casi perfecta para la evolución de múltiples cepas virulentas de gripes[1].

Se cumplen cinco años desde la pandemia del SARS CoV 2 (COVID 19). Durante los confinamientos muchas personas nos preguntamos si la pandemia cambiaría nuestras vidas y nuestra forma de ver el futuro. Mi respuesta, a día de hoy, es que no. En lo esencial poco ha cambiado. Es cierto que el dinero se ha vuelto más virtual, que el teletrabajo ha ganado terreno, que compramos más por internet, que tenemos vacunas para inmunizar a la población del nuevo coronavirus, que nos hemos acostumbrado al uso de mascarillas en los centros sanitarios, todo eso es cierto. Pero los sistemas públicos de salud se han seguido desangrando y las causas por las que saltó el virus mortal del mercado de Huanan (Wuhan) hasta el resto del mundo, siguen ahí. En el fondo no hubo grandes cambios aunque la pandemia repercutió en nuestras vidas.

En los meses de julio y agosto de este año se detectó la presencia del virus del Nilo Occidental (VNO) en varios municipios sevillanos. La OMS (Organización Mundial de la Salud), decretó la emergencia sanitaria internacional el día 14 de agosto de este mismo año por el aumento de casos de mpox (viruela del mono) que en la República Democrática del Congo ha causado la muerte de 537 personas y unos 15.600 casos. Como veremos a continuación cada vez son más las enfermedades de origen zoonótico provenientes de África o Asia que saltan a Europa o los Estados Unidos. Así ocurrió también con el Covid 19.

La pandemia creó la mayor crisis sanitaria en cien años. Las cifras hablan por sí mismas. Hasta el año 2023 el número de casos de personas afectadas por COVID 19 en todo el mundo fue de 769 millones. Durante los primeros años se calculó que el número de muertes fue cercano a 7 millones de personas. Sin embargo, la OMS (Organización Mundial de la Salud) actualizó sus datos posteriormente declarando que la cifra más aproximada podría ser de 15 millones de personas fallecidas[2]. El nuevo cálculo se estableció no solo sobre los casos probados de COVID 19, sino del promedio de muertes que a lo largo de ese año superaban la media natural.

El COVID 19 se originó en Wuhan en uno de los mercados de venta de animales salvajes de Huanan. Todas las investigaciones apuntan a que el virus llegó a través de los murciélagos al mercado de animales donde se vendían ratas de bambú, zorros, ardillas, civetas, pangolines, tortugas, salamandras, etc. El salto de un virus que ha permanecido durante miles de años en sus reservorios naturales (los bosques y selvas de Vietnam, China, Malasia, Indonesia) al ser humano se produce cuando éste cruza sin ninguna precaución, las barreras entre la naturaleza y la civilización[3]. A partir de ahí, el virus encuentra autopistas de contagio como son los aviones, los hospitales, los transportes públicos, etc. El primer SARS se extendió a 28 países e infectó a 8.000 personas causando unas 700 muertes. El segundo SARS (Covid19) fue mucho más mortal porque los síntomas de la enfermedad no se manifiestan hasta pasados cinco días. Tiempo suficiente para multiplicar los contagios cuando la carga viral es más alta.

Las grandes epidemias o pandemias suelen estar asociadas a medios de transporte y comunicación. La peste viajó en barcos y el SARS en aviones. Eso influye en la velocidad en la que el virus se transmite. La globalización está siendo un factor potencial, pero quedarnos ahí es insuficiente. Como dice Sonia Shah en un excelente libro sobre las pandemias: “El enfoque esencial de la biomedicina moderna para la solución de problemas complejos consiste en reducirlos a sus partes más sencillas y pequeñas” (Pandemia, p. 284)[4]. Como iremos viendo más adelante, las pandemias o epidemias hoy, son estructurales al modo de producción y consumo capitalista. Las causas son tanto económicas, como ecológicas, políticas y culturales. Con el desarrollo capitalista y la globalización estas enfermedades se irán agravando constituyendo un peligro para millones de personas de todo el mundo.

Otro de los graves problemas que multiplicarán las enfermedades zoonóticas serán los efectos del cambio climático. Una de las científicas más importantes en materia de microbiología, Rita Colwell, ha demostrado que la bacteria Vibrio Cholerae (causante de la enfermedad del cólera) persiste no solo en el agua de las ciudades sino en los océanos durante décadas por al aumento de las temperaturas de los mares debido al calentamiento global. A ello hay que sumar la descongelación de los glaciares y permafrost. Parece que en algunos laboratorios han “resucitado” virus que llevaban 48.500 años enterrados en el hielo[5].

El Covid 19 siguió sus pautas propias. Además de atacar de forma virulenta a los mayores de 60 años o a enfermos con patologías cardiorrespiratorias, diabéticos o enfermos sometidos a tratamientos contra el cáncer; se desarrolló mucho más en entornos sociales depauperados, es decir, viviendas reducidas o apiñadas en espacios pequeños, sistemas de salud desmantelados, personas con trabajos no cualificados y expuestos a los contagios, poblaciones con problemas de alimentación. Es lo que en epidemiología se conoce como “condicionantes sociales para la salud”. Un caso muy significativo que roza con un apartheid sanitario fue el de la Comunidad de Madrid donde Isabel Diaz Ayuso dejó morir a 7.291 ancianos a los que privó de asistencia sanitaria en las Residencias públicas. ¿Por qué? Según ella: “ya no tenían posibilidades”.

El filósofo Santiago Alba Rico escribió un excelente ensayo[6] donde plantea que además de una pandemia, el coronavirus fue una “sindemia”[7]; es decir, que los factores biológicos se entrelazaron con otros económicos y sociales dando lugar a mayor mortalidad entre las clases trabajadoras y pobres. Con razón Alba Rico afirmaba: “Los virus pasan de animales maltratados a personas maltratadas”El concepto de sindemia debe integrarse a los análisis sobre enfermedades que causan un fuerte impacto en la población. En el siglo XXI las desigualdades sociales irán a más.

La distribución de las vacunas contra el coronavirus en el mundo fue selectiva, siguiendo un orden -digamos- profundamente clasista. En primer lugar, los países ricos y después el resto. Las grandes farmacéuticas como AstraZeneca, BioNTech, Johnson & Johnson, Pfizer, Moderna, Novavax, etc, obtuvieron beneficios desorbitados (solamente BioNTech, Pfizer y Moderna ganaron 130.000 millones de dólares en un año gracias a la propiedad de sus patentes). La industria farmacéutica es un poderoso oligopolio que utiliza recursos públicos con fines privados. La mayoría de los gobiernos en lugar de priorizar la salud pública de las personas, aceptan la propiedad privada de unas vacunas que pueden salvar millones de vidas sin necesidad de dedicar una ingente cantidad de recursos públicos. Más aún cuando esas investigaciones se han llevado a cabo con la colaboración de los recursos de los estados.

La desconfianza hacia la industria farmacéutica o los laboratorios y el malestar creado por los largos confinamientos decretados por los gobiernos, abonó el fortalecimiento de los movimientos de extrema derecha que abrazaron las teorías conspiranoicas, el negacionismo científico y las ideologías anarcocapitalistas. El resultado fue un giro hacia la derecha de todo el panorama político que ya se venía gestando desde el ascenso del nacionalismo y las victorias del Brexit o Donald Trump. En ese sentido podríamos decir que la pandemia fue un acelerador hacia la derecha porque se desarrolló un movimiento negacionista sobre la eficacia de las vacunas y, también, porque contribuyó a un mayor control de los estados sobre la ciudadanía.

Andreas Malm en su ya citado trabajo El murciélago y el capital interpreta que la lucha contra el COVID 19 encaja perfectamente -dentro del paradigma dominante en estos últimos años- con el nacionalismo, el cierre de fronteras y la guerra a todo lo que no sea nuestra propia identidad. El activista y periodista de la New Left Review, Mike Davis, escribió un ensayo titulado “Llega el monstruo”[8]. Un patógeno que, para los movimientos de la extrema derecha, o bien era un invento del Estado, una creación de Bill Gates o Mark Zuckerberg, o por qué no, un bicho transportado en pateras desde el África subsahariana.

La ciencia y la humanidad en su conjunto no dieron un salto hacia adelante con la pandemia, al contrario, el resultado ha sido el fortalecimiento de los movimientos reaccionarios y de las derechas radicales. Se ha perdido otra oportunidad histórica para poner por encima de los negocios la fraternidad y solidaridad entre los pueblos y los seres humanos. Pero también la pandemia aportó algo muy positivo: aún en las peores circunstancias las posibilidades de usar la ciencia en favor de la vida se encuentran al alcance de nuestras capacidades.

Virus y bacterias nos han acompañado siempre

A lo largo de la historia la especie humana ha convivido con todo tipo de enfermedades, algunas de ellas con una incidencia entre la población verdaderamente grande. El profesor August Corominas[9] plantea que las pandemias más importantes de la historia han sido las que trajo la peste negra (la peste de Justiniano siglos VI al VII y sobre todo la del siglo XIV). Fue transmitida por las pulgas de las ratas. En Europa llevó a la muerte de la mitad de la población pero también tuvo una incidencia muy grande en Asia. Otras fueron la viruela que tuvo un impacto catastrófico en América ante la llegada de los colonizadores europeos; la tuberculosis, el sarampión, la lepra, el tifus o la malaria que aún se desarrolla en regiones africanas.

Las epidemias de cólera de la bacteria Vibrio Cholerae han sido y son recurrentes. Su primera aparición en Bengala en el año 1817 causó 40 millones de muertes. Desde ese momento no ha dejado de reproducirse en condiciones higiénicas deplorables. Además, el calentamiento del mar está permitiendo, según la científica Rita Colwell, que la bacteria (ya de por sí resistente a los antibióticos) se mantenga durante decenas de años. El científico chino Sun Yat sen escribió en la revista The Lancet que el aumento de un 1 grado centígrado en la temperatura promedio hay un incremento de un 14% de la resistencia de las bacterias a los antibióticos.

El coronavirus es de la familia coronaviridae e incluye una amplia variedad de coronavirus. “Los coronavirus son virus ARN grandes con una gran capacidad de transmisión. Desde el punto de vista estrictamente descriptivo tiene una envoltura donde se encuentran tres estructuras proteicas: proteína M de membrana, proteína E cuya función es el ensamblaje viral y la gricloproteina S en las espículas “. El nombre de coronavirus se debe a su forma de corona. Los coronavirus se identificaron en la década de los sesenta. Actualmente se clasifican en cuatro géneros: alfa, beta, gamma, delta, y siete variedades de ellos son conocidos como patógenos humanos pertenecientes a los modelos alfa y beta…”[10]. El hermano mayor del COVID 19 es el SARS y el primo sería el MERS surgido en Oriente Medio en donde murciélagos y dromedarios jugaron un papel transmisor al ser humano.  La transmisión fácil de los coronavirus es vía respiratoria esencialmente a través de gotitas y núcleos goticulares de Wells al toser, estornudar o hablar, y también por secreción nasal.

Al referirse a los virus, Mike Davis escribe: “Los virus son los responsables del 90% de las enfermedades infecciosas, son básicamente genes parásitos que secuestran la maquinaria genética de las células para hacer infinidad de copias de sí mismos (…). Durante décadas, los virus -partículas más pequeñas que las bacterias y que atraviesan fácilmente los filtros de la porcelana- fueron el gran enigma de la microbiología moderna”.

La comunidad científica pone ahora su foco en la gripe aviar (H5N1) con sus hermanas más letales H7N9 y H9N2 que, tal y como viene advirtiendo la Organización Mundial de la Salud (OMS) será la pandemia de un futuro no muy lejano y que podría traernos consecuencias desastrosas (incluso mucho peores que el SARS CoV 2). En el mes de abril de este año la OMS publicó un informe que era alarmante. En el mes de junio la periodista Apoorva Mandavilli escribía en las páginas de The New York Times cómo los virus influenza (aquellos que causan las gripes estacionales N1H1) se pueden mezclar con el H5N1 (gripe aviar) creando un cóctel mortal de consecuencias mundiales[11]. El asunto es que las aves de las grandes granjas se están infectando de virus a través del contacto con aves migratorias o murciélagos.

La OMS llamó “enfermedad X” para definir un patógeno aún desconocido pero que podría causar una pandemia o epidemia futura. En el siglo XXI ya hemos vivido diferentes brotes, epidemias e incluso pandemias. Los ejemplos más claros fueron el sida (VIH) que ha sido la auténtica pandemia desde los años 80 hasta el día de hoy con una cifra de muertes superior a los 40 millones de personas; la epidemia de Ébola (EVE) que se transmite con el contacto de chimpancés, gorilas, murciélagos, y causa la muerte con grandes hemorragias; la gripe A (H5N8). En el mes de agosto (como ya hemos mencionado antes) la OMS decretó la emergencia sanitaria ante los casos de mpox o viruela o gripe del mono[12].

El modo de producción y consumo de alimentos traerá nuevas pandemias

Como especie animal los humanos formamos parte de la Biosfera surgida en nuestro planeta hace unos 3.500 millones de años. Sin embargo, la vida del homo sapiens representa una minúscula fracción (unos 100 mil años). Nuestros antepasados homínidos no tienen más de 7 millones de años (aunque la datación sigue siendo un debate abierto)[13].

El impacto de nuestra actividad sobre el planeta ha ido aumentando a medida que la población mundial fue creciendo y pasando de una sociedad de cazadores a otra dedicada a la ganadería y la agricultura. Desde las primeras aldeas a las ciudades, de las pequeñas embarcaciones a los navíos que cruzaron los océanos, el ser humano fue aumentando su influencia sobre los bosques, los ríos, el mar y finalmente el clima. El homo sapiens siempre influyó sobre los sistemas ecológicos, pero nunca de la forma tan decisiva como hoy.

A partir del siglo XIX el capitalismo industrial dio el empujón definitivo. Si bien es cierto que las actividades económicas del ser humano en otras épocas históricas han generado destrucción ecológica (la tala de árboles) y enfermedades contagiosas (la navegación ayudó a la transmisión de la peste o de la viruela); es en esta época donde ha alcanzado su mayor expresión.

El capitalismo necesita seguir aumentando sus ganancias, colonizando y extendiéndose hacia los lugares más recónditos del planeta. A la vez que se expande, busca la máxima rentabilidad y la productividad ya sea de las trabajadoras y trabajadores como de los animales o de toda la naturaleza. Para el capital todo es susceptible de producir valor: las personas, la tierra, los animales, el agua o el oxígeno. Andreas Malm lo interpreta la mentalidad de un capitalista de la siguiente manera: “La naturaleza salvaje es baldía y carece de valor, una abominación a los ojos de los capitalistas, pues se trata de un espacio con recursos aún no sometidos a la ley del valor”[14].

Hoy, la agroindustria, representa una síntesis perfecta de producción, explotación, destrucción ecológica y desarrollo de enfermedades pandémicas. Como afirma Rod Wallace en Grandes granjas, grandes gripes, los movimientos de capital en este sector tienen dos objetivos: el primero es la productividad de los trabajadores y la productividad del ganado sometido a unas condiciones indescriptibles. El segundo es la deslocalización de la industria de la producción de carne hacia zonas de Asia y de América Latina donde la mano de obra es mucho más barata.

Lo mismo está ocurriendo con la explotación de las tierras. El 38% de la superficie terrestre se dedica a los cultivos y a producir alimentos para nosotros y el ganado. Las grandes empresas del sector tienen dos criterios: atender a la demanda creciente y producir con bajo coste. Les da igual que en su afán de ganar más tierras cultivables a las selvas y a los bosques, provoquen un daño ecológico irreparable o desencadenen una estampida de patógenos hacia el ser humano.

Llegamos así al centro del problema. Las grandes industrias de carne y cereales son un triple atentado: a las trabajadoras y trabajadores, a los animales y a la naturaleza y tiene como consecuencia la propagación de virus patógenos y, con ellos, de nuevas enfermedades y pandemias. “Abrir los bosques a los circuitos del capital es de por sí la causa primaria de tanta enfermedad. La acumulación descontrolada de capital es lo que zarandea con tanta violencia el árbol en el que viven los murciélagos y los otros animales. Y lo que cae es una lluvia de virus”[15].

La relación por lo tanto entre la acumulación capitalista, la destrucción ecológica y las enfermedades es directa. Wallace plantea que además de la producción de carne de pollo, cerdo o vacuno en las grandes granjas, el monocultivo es la otra causa de la tala de árboles y la desaparición de ecosistemas. En particular señala los cuatro productos causantes: además de la carne de ganado, la soja, el aceite de palma, la madera y, agregamos nosotros, la minería.

Las grandes granjas se están extendiendo por todo el mundo. Si al principio estaban en la UE o los Estados Unidos, ahora, también lo están en China, Malasia, Indonesia, Argentina, etc. En China se ha instalado la más grande del mundo junto al río Yangtzé y consta de 26 plantas en donde se apretujan miles y miles de cerdos[16]. El objetivo del gobierno chino es no depender de las importaciones de Europa.

Por ese motivo, la OMS, como decíamos anteriormente, ha señalado la gripe aviar (N5H1) y sus variantes como la gran amenaza para nuestro futuro más inmediato. Las posibilidades de una pandemia como fue el SARS CoV 2 son más altas que en el pasado.

El cambio climático también influye en las enfermedades

Como hemos visto la relación entre el desarrollo capitalista y las enfermedades pandémicas es muy estrecha. También lo es el cambio climático que ya estamos sufriendo. La primera consecuencia, aunque no la única, es el calentamiento global. Pero junto al calentamiento surgen nuevas amenazas para la salud de todas las especies humanas y no humanas.

Según el último estudio de ERA 5 Copernicus Climate Change la temperatura media global ha subido -en relación con la era preindustrial (1850-1900)- en 1,63 grados centígrados desde junio de 2023 hasta mayo de 2024. Los últimos siete años están siendo junto al año 2003 los más calurosos desde que se tienen registros. Los objetivos de los acuerdos de París están siendo rebasados. No hay lugar para el optimismo. La producción y consumo de combustibles fósiles continúa (incluso carbón), aumentando en países como India y China.

Las políticas de transición hacia energías verdes o renovables son mitad negocio y mitad maquillaje. Además, eso no impide que la producción de placas solares, baterías eléctricas o aerogeneradores están contribuyendo al extractivismo y a la contaminación de las tierras (por no hablar de su complejo reciclaje). La alternativa a los combustibles fósiles no puede ser -exclusivamente- otro tipo de energía, lo que debe cambiar es el modelo de producción y los paradigmas con los que se levantó esta civilización. No puede haber una progresión infinita cuando el planeta tiene límites naturales, si éstos se rebasan, todo el metabolismo se desequilibra.

El calentamiento global ya provoca miles de muertes (más de 60.000 en Europa a lo largo del año 2022). Hay millones de personas del sur emigrando hacia los países del norte huyendo de las guerras, el hambre y de los climas más extremos. Es un movimiento mundial donde los más pobres se ven atrapados en las fronteras como las de Estados Unidos con México o la del norte de África en el Mediterráneo. Lo mismo les ocurre a cientos de miles de refugiados sirios para cruzar la frontera oriental de la UE o llegar a Turquía. Lo que estamos describiendo son las rutas de las refugiadas y refugiados que componen niñas y niños, bebés, personas mayores, mujeres violadas y hombres jóvenes que no quieren ser reclutados para unas guerras en busca de diamantes, oro, estaño, tantalio, etc. El biólogo y antropólogo social, Miguel Pajares, escribió en su libro “Refugiados climáticos” que los cálculos sobre las personas que se verán obligadas a emigrar son todavía imprecisos ya que algunas fuentes hablarían de entre 350 a 1.000 millones las personas que saldrán de los países hacia el año 2050.

El aumento de las temperaturas en todo el mundo no será uniforme pero sí será global. Aunque ninguna criatura podrá eludir sus efectos, el impacto no será igual. Ocurrirá en el planeta lo que ha venido sucediendo a lo largo de millones de años a través de las distintas edades geológicas pero a diferencia de éstas, se hará a mucha más velocidad. El cambio de un sistema climático a otro ha podido durar millones o cientos o miles de años, pero salvo un impacto como el que se produjo hace 66 millones de años a finales del Cretácico y que condujo a la extinción de un 75% de la vida del planeta; lo que estamos presenciando es único en la medida que la causa no es natural sino antropogénica.

La comunidad científica comparte que en las próximas décadas habrá cambios sustanciales. Se elaboran sofisticados cálculos sobre el clima, se estudia la incidencia en la biodiversidad, la alteración de los ciclos naturales tanto de los ecosistemas terrestres como marítimos. Se establecen todas las hipótesis sobre la vida y la no vida en un planeta que podría llegar a finales de este siglo con 4 o 5 grados centígrados por encima del período preindustrial. Sin embargo, todo eso ya está ocurriendo y la respuesta de los poderes políticos y económicos es continuar el crecimiento. Las grandes empresas miran su rentabilidad y los partidos políticos del sistema tienen su mirada puesta exclusivamente en ganar elecciones.

Los efectos del cambio climático están presentes en las enfermedades víricas y bacterianas. Lo normal es que el calentamiento desplace no solo a personas del sur hacia el norte, sino todo tipo de especies de animales y plantas. La vida humana y no humana intentará adaptarse a los nuevos climas destruyendo y construyendo nuevos ecosistemas.

Cuando yo era niño íbamos -la familia- todos los veranos a la Granja de San Ildefonso, un precioso pueblo segoviano que Felipe V e Isabel de Farnesio hicieron mundialmente famoso a partir de los Jardines y el Palacio estilo Versalles. El pueblo está al final de la carretera de Navacerrada. Al dictador Franco le gustaba visitar los 25 de agosto para pescar truchas en las frías aguas que bajaban de las montañas.

Recuerdo los veranos de los años sesenta cuando caía la tarde y nos teníamos que abrigar con jerseys. También recuerdo bastantes días de lluvias. Como a todo niño de aquella época en la que desconocíamos el significado de la palabra ecologismo, nos gustaba cazar mariposas y todo tipo de insectos; así como lagartijas o renacuajos. Los sonidos de cientos de pájaros mezclados con el carraspeo de las cigarras era la música de nuestros veranos. Cuando vuelvo a la Granja lo que veo, ahora son riachuelos del Eresma completamente secos, las fuentes de la calle ya no tienen casi ninguna agua, el calor es insoportable, hay muchos pinos enfermos y la vegetación se está secando ¿Dónde están las mariposas? Hace falta adentrarse mucho en la vegetación para verlas.

Los climas áridos y mediterráneos están entrando en Europa acompañados del calor y la disminución de las lluvias. En un excelente libro de Miguel Ángel Criado titulado Calor explica este tipo de fenómenos sin necesidad de atiborrar a los lectores con múltiples datos[17]. En uno de los capítulos titulado “La venganza de la naturaleza”, señala a las nuevas enfermedades tropicales que ya estamos padeciendo en Europa: el dengue, la malaria, el virus del Nilo occidental, el cólera, la esquistosomiasis, etc. Enfermedades, todas, fruto de otros climas de más calor que los continentales.

Con los nuevos climas más cálidos habrá cambios en los ecosistemas. El calor tropical atrae más insectos y con ello más portadores de enfermedades, además algunas especies de aves o mamíferos se mudarán hacia el norte y se irán mezclando con las especies que hay en España y Europa. El resultado de estos cambios es imprevisible. Miguel Angel Criado afirma: “El estudio estimó que tendrán hasta 3.695 nuevos contactos con otros mamíferos de nuevas regiones del continente. Segundo, de los 3.875 mamíferos estudiados, entre el 96 y 98% compartirán en los próximos cincuenta años espacio con otra especie con la que no lo hacían. Y tercero, prevén que se produzcan hasta 316.000 encuentros entre animales que no coinciden ahora y de ellos podrían emerger hasta 15.311 eventos de transmisión de virus entre una especie y otras (idem, páginas 197 y 198)”.

La proliferación de nuevos virus en estos espacios cálidos ha ido en aumento. Los portadores pueden ser los mosquitos y garrapatas que se desplazan huyendo de la falta de agua en sus antiguos hábitats hacia nuevas zonas donde encuentran otros huéspedes a los que parasitar. La garrapata es un insecto que, como todo el mundo sabe, mete su cabeza dentro de su víctima y se alimenta de su sangre a la vez que la contamina.  Hay cerca de 900 especies de garrapatas. La más común por estas tierras es la Ixodes Ricinus. Cuando chupa la sangre la hembra pone miles de huevos sobre las víctimas que, a su vez, se agarran a los nuevos huéspedes ya sean aves, perros, ciervos, etc. La picadura de una garrapata puede llegar a ser mortal o transmitir el SARM (Staphylococcus Aureus Resistente Meticilina) una bacteria muy resistente a los antibióticos que puede durar años. En Estados Unidos se han dado brotes en niños (a través de los perros) que ha llevado a las autoridades a la matanza de cérvidos, jabalíes y otras especies salvajes.

Como indicamos en uno de los anteriores apartados, el cólera es una de las grandes enfermedades ligadas al cambio climático y a la pobreza, así como a la falta de salubridad y saneamiento de las aguas. Es muy probable que el calentamiento impulse los brotes y epidemias de cólera. Una vez más Rita Colwell cuyo equipo analizó las consecuencias del Katrina en las aguas de las poblaciones afectadas, puso el foco en lo más importante: la subida de la temperatura del agua en los océanos junto a los huracanes y lluvias torrenciales permitirá que el cólera circule por todo el planeta ya sea a través de las aguas o el marisco infectado. La bacteria encontrará su hábitat en las ciudades donde se hacinan millones de pobres que carecen de los recursos sanitarios y alimentarios básicos.

La incertidumbre sobre el futuro está ahí. Conocemos los riesgos y los peligros. El mayor de todos será la combinación o mezcla de humanos, animales, insectos, microbios que hasta ahora hemos vivido separados a miles de kilómetros de distancia. Bajo el calor y los fenómenos meteorológicos extremos abordaremos los retos del siglo XXI.

Por una salud global de las personas y de los ecosistemas

Desde la Organización Mundial de la Salud se defiende el concepto de una sola salud que abarque tanto a las personas, como a los animales y los ecosistemas.  No hay salud humana sin la salud del planeta. Formamos parte, todas y todos, de un sistema global interrelacionado donde el ser humano actúa y también se ve afectado por todo lo que ocurre en nuestro entorno. Desgraciadamente en los últimos 150 años los humanos nos hemos convertido -como dice Jorge Riechmann- en una fuerza geológica decisiva. El calentamiento global de origen antropogénico es su máxima expresión pero no es la única: la pérdida de biodiversidad, la acidificación de los océanos, el deshielo de los glaciares, etc. Ya no solamente está en riesgo la salud nuestra y de las siguientes generaciones sino incluso su supervivencia.

Para afrontar estos nuevos desafíos hay que hacerlo de una manera global. No basta con una respuesta sanitaria hacia las personas, hay que darla también hacia el resto de los seres vivos incluidos los animales, las plantas, los océanos y la atmósfera. Cuando una especie desaparece todo el equilibrio ecológico de esa zona se verá afectado. Como hemos venido señalando cuando talamos miles de árboles y destruimos bosques y selvas el resultado puede ser catastrófico; cuando explotamos a miles y miles de cerdos, pollos y vacas en granjas apilados unos contra otros no solo estamos maltratando a esos animales sino que estamos provocando el salto de patógenos hacia el ser humano. Todo organismo tiene su función, unos absorben el CO2, otros limpian los océanos, otros dejan en la tierra nutrientes necesarios para la reproducción de nuevos organismos; hasta el hielo de los glaciares es imprescindible para producir el efecto albedo y mitigar el calor.

Lo que aquí vamos a plantear no es un programa sino algunas ideas que podrían ser debatidas, rebatidas, modificadas o ampliadas. El objetivo no es solo defendernos de las amenazas que tenemos ahora o en el futuro, sino también intentar revertir la situación a todos los niveles tanto local como regional o global.

A lo largo de este artículo he tratado de demostrar que los “males” que nos aquejan no son exclusivos, pero sí inherentes, al modo de producción y consumo del capitalismo. Por lo tanto, los grandes problemas de fondo solamente se podrán resolver con una transformación política, social y económica profunda. En  mi opinión, un socialismo basado en la igualdad, la libertad y la fraternidad tanto entre los seres humanos como con la naturaleza en su conjunto. Se necesitan cambiar los actuales paradigmas desarrollistas, productivistas y consumistas, por otros que pongan el foco en el desarrollo del ser humano y el respeto al planeta dónde habitamos ¿Es eso un objetivo inmediato? Por supuesto que no está hoy al alcance de la mano. Sin embargo, los puntos que proponemos a continuación son un “programa mínimo” o un paso intermedio para avanzar.

1.- El derecho universal de todas las personas a una salud física, mental y social sin distinción de raza, género ni condición social. Este objetivo sería posible si en todos los países existiesen sistemas de salud públicos, gratuitos y de calidad. Los sistemas públicos de salud deberían ser redes coordinadas de los hospitales, centros de atención primaria y escuelas y residencias de mayores. El enfoque no debe ser exclusivamente hospitalario, la base de todo el sistema es la prevención de las enfermedades ya sea a través de la vigilancia y control de la salud pública y también a través de los centros de Atención Primaria. Es necesario fortalecer las inversiones en los sistemas públicos de salud y con especial importancia a la Atención Primaria (al menos un 25% de la inversión total). El dinero público no debe servir de estímulo a la sanidad privada. Es muy importante aumentar el número de profesionales sanitarios y mejorar sus condiciones laborales. Realizar una gestión eficaz de los recursos y tomar en cuenta la opinión de aquellas personas que están al frente de los problemas: epidemiólogos, médicas y médicos, salubristas y del resto del personal sanitario o no sanitario.

2.- Todos los Estados deberían contribuir a la lucha por erradicar las enfermedades que son potencialmente pandémicas o que ya son endémicas. A través de fondos de ayuda, envío de medios a los países más necesitados y a la investigación. Una labor que no debería dejarse en manos de entidades o instituciones privadas con ánimo de lucro. El mayor ejemplo negativo se produce con el control que tienen las grandes farmacéuticas sobre las vacunas. Por un lado se aprovechan de la financiación pública y por otro se enriquecen con sus precios desorbitados. La experiencia con la vacuna contra la hepatitis C fue muy positiva ya que gracias a una gran movilización social se redujeron los costes y eso sirvió para vacunar a más de un millón de pacientes.

3.- La base de una salud física y mental es también social. Para ello es preciso erradicar la pobreza y la desigualdad social. Algunas claves podrían ser: el derecho de toda persona a nivel mundial a disponer de una base alimentaria suficiente y de calidad; agua potable; una vivienda digna; empleo o en su defecto una remuneración básica; escuela pública para las niñas y niños y medios de transporte públicos para poder moverse en sus ciudades o pueblos. Apoyo y ayudas a los colectivos más vulnerables: la infancia, las mujeres y las personas mayores.

4.- De la misma manera que se necesita una concienciación y una movilización frente a las empresas que más contaminan (muy particularmente las compañías petroleras, gasistas o del carbón), también es necesario que pongamos el foco en la agroindustria. Las macrogranjas, las que están deforestando la naturaleza para crear gigantescas plantaciones con monocultivos de soja, aceite de palma, caña de azúcar, etc; deberían ser uno de los principales objetivos de nuestra lucha. Uno de ellos es el boicot a los alimentos que se producen en condiciones infames para los animales y las tierras. Apoyar la lucha de las poblaciones indígenas por su supervivencia frente a la depredación de las grandes empresas agroalimentarias o fósiles.

5.- Unirnos a la lucha contra el cambio climático porque afecta directamente a la salud mundial. Además de lo ya señalado a lo largo de este artículo es necesario darse cuenta que el calentamiento es un hecho en sí mismo y que los efectos no solo tendrán repercusiones a largo plazo sino inmediatamente. Es necesario presionar a los sindicatos  y obligar a los gobiernos a tomar medidas contra el calor extremo dedicando recursos y medios. Hay que hacer una evaluación de todos los trabajos expuestos a temperaturas de 48 o 50º; climatizar los colegios, residencias de mayores y centros sanitarios. Habrá que dedicar recursos públicos para la fabricación de vacunas, saneamiento de las aguas y combatir las enfermedades de origen zoonótico respetando los ecosistemas (la mayoría de las veces hacen más los murciélagos frente a los mosquitos que los pesticidas).

6.- La Organización Mundial de la Salud no es ninguna panacea pero nos resulta infinitamente más fiable que los gobiernos y en particular, los que están en manos de las derechas reaccionarias y de los negacionistas. La OMS debe contar con medios económicos y políticos para llevar a cabo sus funciones. No puede depender de personajes como Trump, Bolsonaro, Milei o toda esa pléyade de reaccionarios que comparten intereses con las grandes empresas del petróleo o con la  Pharmaindustria.

7.- Nada o casi nada de todo esto es viable si no está sustentado por la movilización y la autoorganización de las poblaciones implicadas en la defensa de sus derechos. Ya hemos visto muchas veces que los partidos “progresistas” prometen y después no son capaces de cumplir. Sucumben a las presiones reaccionarias o temen ir demasiado lejos por miedo a perder el voto de unas clases medias o trabajadoras educadas en el consumo o la inmediatez. Por eso, todo lo que no esté respaldado por la lucha social y un tejido de organizaciones termina volatilizado. Hoy, una de las diferencias entre las derechas radicales y la izquierda política y social es la capacidad de unos y otros para tomar la calle e incidir en la opinión pública. La experiencia histórica del movimiento obrero, las luchas por los derechos de las mujeres y colectivos LGTBI, contra la guerra, etc, parecen demostrarlo. La experiencia que algunas personas hemos tenido en Madrid en torno a la defensa de la sanidad pública y universal demostró que cuando las trabajadoras y trabajadores se autoorganizaban con la población se lograron victorias y se hizo retroceder al PP.

Todas y todos estamos llamados a luchar por la salud de las personas y del planeta: mujeres y hombres; estudiantes y trabajadoras o trabajadores; movimientos sociales y sindicatos; jóvenes y mayores. De esta alianza social y política saldrán los nuevos sujetos que logren frenar este capitalismo desbocado y lleven a cabo las transformaciones profundas que necesitamos.

Jesús Jaén Urueña

Jesus Jaén Vientosur

 

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