Coronavirus y lucha de clases: los que limpian las calles

¿Cómo trabajan los que limpian las calles? ¿En qué situación están? De nuevo, un asunto de clase.

Según transcurren los día, y el efecto mortífero de la pandemia se hace cada vez más notorio, la dinámica propia de la economía capitalista se vuelve más acusadamente un asunto de clase: determinadas actividades siguen funcionando, pese a no ser en modo alguno esenciales —como la obra pública o el telemarketing—; los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo se multiplican, enviando al desempleo a decenas de miles de trabajadores mientras destacados capitanes de industria se permiten salir en los medios de comunicación haciendo promesas de ayuda al sistema sanitario que no terminan de cumplir.

Los sindicatos combativos fuerzan el cierre de grandes empresas que, sin embargo, pese a las órdenes de los poderes públicos, siguen abiertas sin cumplir las medidas de prevención necesarias, gracias a la fuerza —de auténtica vida y muerte, como podemos ver ahora— que implica la coacción del sistema salarial: tienes necesidades básicas y careces de medios de producción, luego tendrás que vender tu fuerza de trabajo, aunque te pongas en peligro tú mismo y a tu comunidad.

Mientras tanto, los servicios públicos esenciales siguen funcionando gracias a toda esa multitud de trabajadores y trabajadoras que han sido invisibilizados en las últimas décadas, incluso por la autodenominada “izquierda”: los obreros de cuello azul, los trabajadores manuales, los “chavs” de barrio. Los que no tienen tres posgrados, o, más bien, esas cualificaciones no son necesarias para el trabajo que prestan. Las cajeras, los reponedores, los limpiadores y limpiadoras, los “basureros”, los transportistas, los conductores de autobús y de metro, los portuarios, los teleoperadores. El proletariado de las contratas y subcontratas, siempre flexibilizado y precarizado, siempre abandonado por el discurso divino de una izquierda “alternativa” que entiende “el fin del trabajo” como una especie de utopía de clase media en la que todos nos dedicamos a la creatividad virtual y el estudio ecosocial mientras el metro y la limpieza viaria siguen funcionando todos los días por arte de magia, y no como un avance autogestionario sobre la producción que permita repartir el trabajo socialmente necesario en una sociedad de la abundancia vital —que no del consumo— para todos.

¿Quién nos limpia la basura? ¿Quién, literalmente, limpia la mierda de nuestras calles? Es una pregunta que se vuelve imperiosa cuando de la limpieza depende la profilaxis que evite el contagio, cuando la limpieza se vuelve, también, una cuestión de vida o muerte

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