El capitalismo jamás será verde.

Metidos de lleno en la COP25 y el desarrollo de la Cumbre Social por el Clima de forma paralela, rescatamos esta entrevista traducida por VientoSur a Daniel Tanuro, autor de «El imposible capitalismo verde«.


El movimiento contra el cambio climático que apareció de verdad en Francia después de la dimisión de Nicolas Hulot, comienza a recuperar fuerzas. Mientras que las primeras marchas por el clima a finales de 2018 se limitaron a mantener principios morales bastante vagos, los que acompañan hoy la huelga semanal de jóvenes que se autoproclaman oficialmente anticapitalistas se producen al mismo tiempo que acciones de desobediencia. Una sana radicalización está en marcha.

Sin embargo, reina una gran confusión. A menudo, no vemos la relación entre la lucha ecológica y la de los chalecos amarillos y, peor todavía, a veces se piensa que es contradictoria. No sabemos cómo orientarnos en el debate entre violencia y no violencia, entre una táctica de masificación y una táctica de eficacia. A veces, se ve mal qué significa el concepto de capitalismo y no se entiende la necesidad de utilizarlo para tematizar la destrucción ecológica.

Ya hemos escrito sobre todas las cuestiones: violencia, capitalismo y ecología, chalecos amarillos y ecología. Pero puesto que este debate es candente debido a la huelga mundial contra el cambio climático del 15 de marzo y de forma más general, para la continuidad del movimiento, teníamos ganas de discutir con Daniel Tanuro, ingeniero agrónomo y ambientalista, autor del “El imposible capitalismo verde”.

A menudo se oye decir que el capitalismo es la causa de los problemas ecológicos. Pero esta afirmación tropieza con la oscuridad del concepto de capitalismo frecuentemente asociado (es decir, confundido) con la sociedad mercantil, el consumismo, la economía liberal. ¿Cómo distingue el capitalismo de estos otros conceptos? ¿Por qué el concepto de capitalismo es esclarecedor para analizar la crisis ecológica?

Daniel Tanuro : Matizaría mis palabras precisando que el capitalismo es la causa principal de la destrucción ecológica. Por una parte, no hay que olvidar que las sociedades precapitalistas causaron serios problemas medioambientales, denunciados ya en la antigüedad por autores griegos y romanos. Por otra parte, la URSS, China, y otros países que han intentado una transición poscapitalista en el siglo XX, cometieron daños considerables. Están simbolizados, por ejemplo, por el desecación del Mar de Aral, la catástrofe de Chernobil, las emisiones récords de gas invernadero por habitante en Alemania del Este y en Checoslovaquia, sin olvidar la absurda campaña maoísta para el exterminio de los gorriones… La abolición del capitalismo es una condición necesaria, pero no suficiente, para el establecer una relación distinta al pillaje entre la humanidad y el resto de la naturaleza.

Dicho esto, ¿qué es el capitalismo? Una sociedad de producción generalizada de mercancías. Esta definición incluye al mismo tiempo el salario como forma especial de explotación laboral, la competencia para el beneficio entre propietarios privados de los medios de producción y la determinación a posteriori de las necesidades humanas mediante el criterio del mercado. El capitalismo es una sociedad mercantil; la sociedad mercantil por excelencia. Al aparecer en el escenario de la historia, encontró preparados una serie de mecanismos de dominación, especialmente el patriarcado ,que ha remodelado en función de sus objetivos. Por tanto, el capitalismo es un sistema mercantil patriarcal en el que la mujer por así decirlo, es la proletaria del hombre.

Por definición, en esta sociedad las personas asalariadas producen más allá de sus necesidades porque una parte de su tiempo de trabajo sirve para producir la plusvalía para el capitalista. Esta plusvalía no solo sirve para para satisfacer las necesidades del capitalista sino también y sobre todo, para engordar el capital. De hecho, la competencia obliga permanentemente a cada capitalista a bajar sus costes unitarios lo que le empuja a aumentar la productividad del trabajo reemplazando a trabajadoras y trabajadores por máquinas; por tanto a producir más. Así que el capitalismo es intrínsecamente, desarrollista. “Un capitalismo sin crecimiento es una contradicción en sus términos”, como decía Schumpeter 1/.

La contradicción es que siendo el trabajo humano la única fuente de valor, esta carrera por sustituirlo por las máquinas provoca la caída de las tasas de beneficio medio. Esta caída de la tasa de beneficio está compensada por su volumen, puesto que la utilización de las máquinas aumenta la cantidad de mercancías producidas. En consecuencia, aumenta el impacto medioambiental. Claro que hay que tener en cuenta el hecho de que la constante tendencia a bajar los costes también se traduce en un aumento de la eficiencia de las máquinas de manera que la producción tiende a utilizar mejor los recursos. Pero el aumento de la eficiencia no es un función lineal del capital invertido sino una asíntota horizontal. Por tanto, el aumento de la cantidad de mercancías acarrea al final un aumento de la masa absoluta de materias primas y energía extraídas del medioambiente. Además, al aumentar la mecanización, el capital fijo (las máquinas) invertido se convierte en gigantesco, de forma que su rentabilidad se da a largo plazo. Según la concentración y la centralización del capital, el imperativo de esta rentabilidad prima cada vez más sobre las necesidades reales. Finalmente, la relación entre necesidades humanas y producción se invierte: la segunda crea las primeras. Marx había anticipado esta evolución, cuando dijo que el capitalismo acaba por “producir por producir, lo que implica también, consumir por consumir”.

En ese punto estamos hoy, de manera que el capitalismo contemporáneo necesita un régimen en el que el Estado se dedique constantemente a crearle nuevos mercados mediante privatizaciones o mediante la creación de nuevos ámbitos de valoración y de acumulación (el mercado del derecho a contaminar, por ejemplo). Es el régimen, adoptado a comienzos de los años 80, que se denomina neoliberalismo para distinguirlo de liberalismo clásico del laisser-faire.

En general, los ecosocialistas denominan toda esta dinámica por con el término productivismo. Este término incluye el consumismo (y los valores que lo acompañan) de forma que, efectivamente, podemos decir que el capitalismo es a la vez una sociedad de superproducción y una sociedad de hiperconsumismo. Pero inmediatamente hay que añadir dos observaciones.

La primera es que el hiperconsumismo, allí donde representa un fenómeno de masas, constituye cada vez más una compensación miserable para una existencia alienada. La segunda es que este consumismo exagerado cohabita con un bajo consumo; dicho con otras palabras, con una masa de necesidades reales insatisfechas. En realidad, la tendencia a la baja de la tasa de beneficios empuja a los capitalistas a inventar constantemente estrategias de compensación, como el desarrollo del trabajo precario (que afecta sobre todo a las mujeres), el recurso a mano de obra mal pagada, cadenas internacionales de aprovisionamiento basadas en la subcontratación y el pillaje de los recursos naturales (puesto que son gratuitos). Por esto, la tendencia al hiperconsumismo /sobreproducción va a la par con una creciente tendencia a la destrucción del medio ambiente, con una desigualdad social creciente y con un malestar general. El resultado de esta dinámica infernal es la catástrofe que amenaza en transformarse en cataclismo en caso de un cambio climático radical.

¿Se puede afirmar con certeza que el capitalismo nunca será verde como lo hacen los jóvenes huelguistas parisinos el manifiesto publicado en Reporterre?

DT: Sí, se puede ser completamente categórico a este respecto. Evidentemente, hay capitales verdes puesto que hay mercados verdes y posibilidades de revalorizar capital. Pero la cuestión no es esa. En realidad, si la expresión capitalismo verde tiene un sentido es el de suponer posible que el sistema rompa con el crecimiento para auto-limitar su desarrollo y utilizar los recursos naturales con prudencia. Esto no ocurrirá, porque el capitalismo funciona sobre la única base de la carrera hacia el beneficio, lo que se expresa en la elección del PIB como indicador. Sin embargo, este indicador es completamente inadecuado para anticipar los límites cuantitativos del desarrollo y más inadecuado aún para percibir las perturbaciones cualitativas inducidas por el funcionamiento de los ecosistemas.

Es decisivo comprender que el capital no es una cosa sino una relación social de explotación del trabajo que implica también la subordinación de las mujeres y la necesidad de explotación de otros recursos naturales. La lógica productivista del sistema conlleva a que tienda, como decía Marx, “a agotar las dos únicas fuerzas de cualquier riqueza -la Tierra y el trabajador” (teniendo en cuenta la denominación patriarcal, hay que añadir la “trabajadora” asalariada o no). Mientras haya recursos que robar y fuerza de trabajo para explotar, el capital, como un gigante autómata, seguirá con su actividad destructiva. Esta solo puede detenerse si la humanidad recupera el control de la producción de su existencia social. Para esto, el autómata debe ser desmantelado. Como ya he dicho, no es una condición suficiente, pero es una condición necesaria.

Puesto que, en su opinión, el capitalismo “no sabrá resolver nada”, ¿cómo se imagina que se pueda encontrar un margen de acción fuera del capitalismo? ¿Se puede esperar algo de los Estados, de los organismos internacionales?

DT: El capital implica una moneda y la moneda un Estado. El capital ha encontrado a la una y el otro como productos de desarrollo social anterior y ha invertido en ellos adaptándolos a su lógica de acumulación (lo mismo que ha invertido en el patriarcado). Así que no hay nada que esperar de los Estados, ni de los organismos internacionales que son emanaciones de esos Estados. El régimen neoliberal en el que el Estado crea constantemente las condiciones para una mercantilización creciente hace totalmente evidente esta cuestión. Por ejemplo, debería ser evidente que no hay nada que esperar de la Unión Europea, ni en el plano social ni en el plano medioambiental, porque ella misma se define como “una economía de mercado abierta en la que la competencia es libre”. Esto no significa que no haya nada que exigir a los Estados; esto significa que hay que construir relaciones de fuerza. Por ejemplo, una relación de fuerzas para el desarrollo del sector público, la socialización de la energía y la gratuidad de los servicios de base bajo control democrático.

Dicho esto, distinguiría, de entrada, la acción fuera del capitalismo de la acción de los márgenes, después de lo cual, abordaría la cuestión de la acción en el corazón del sistema; dicho de otra forma: la contestación de las trabajadoras y trabajadores que es la piedra angular.

El capitalismo contemporáneo ejerce una dominación casi completa sobre todo el planeta. Las posibilidades de llevar a cabo un acción directamente “fuera de este sistema” tentacular son extremadamente reducidas. Concretamente, esta posibilidad solo existe para los pueblos indígenas que han podido mantener un modo de producción no capitalista. Como lo muestra el ejemplo de Brasil, estos pueblos están sometidos a una agresión constante del capital que quiere apropiarse de sus territorios y de sus recursos y someterlos a su ley. Son poco numerosos, pero su resistencia es de un importancia estratégica fundamental para la humanidad en su conjunto. Esta importancia se debe especialmente al hecho de que estos pueblos tienen una visión de la relación entre la humanidad y el resto de la naturaleza que es antagónica a la visión capitalista de dominación e instrumentalización. Esta visión no es un producto de importación, no se puede copiar y pegar, sino que constituye una valiosa fuente de inspiración para la invención de una cultura de cuidados, que es una condición añadida a cumplir (además de la eliminación del capitalismo) para acabar con la destrucción.

Las posibilidades de acción en los márgenes del capitalismo suscitan otra cuestión. En realidad, es chocante que el estancamiento del sistema acarree por todas partes una exclusión social masiva. Vista la destrucción de los dispositivos de protección social, un número creciente de personas, especialmente entre la juventud, intentan escapar de la miseria creando actividades que están en parte fuera del mercado – escapan sobre todo a las empresas de los gigantes de la distribución– y que tienen sentido porque están basadas en valores no capitalistas de cooperación social y de gestión prudente del medioambiente. Creer que estas alternativas permitirán salir del capitalismo suavemente, por una suerte de contagio, es tan ilusorio hoy como ayer. Pero los protagonistas pueden establecer lazos con otros capas sociales en resistencia (por ejemplo, campesinos y campesinas o migrantes), lo que aumenta su capacidad de contribuir a dejar entrever otras relaciones sociales y otras formas de gestión de los territorios, por tanto, otro mundo es posible.

A fin de cuentas, la cuestión clave es hacer converger en un sentido anticapitalista, las luchas y las aspiraciones a una vida mejor y a una relación respetuosa con el resto de la naturaleza para desestabilizar el corazón del sistema. En otras palabras, se trata de articular lo social y lo medioambiental a través de la elaboración de un programa de transición bajo la presión ecológica. Hoy, los componentes más avanzados de esta estrategia de convergencia anticapitalista son las luchas de los pueblos indígenas, las del campesinado y los sin tierra, el movimiento de mujeres y las luchas de la juventud. Respetando su autonomía y su independencia, estos componentes pueden ser vistos como puntos de apoyo para arrastrar al movimiento obrero y llevarlo a romper con el productivismo capitalista desarrollando su propio programa para la transición. En particular, se trata de volver a poner en el orden del día la reducción radical del tiempo de trabajo (sin pérdida de salario) como reivindicación anti productivista y ecológica por excelencia.

En el marco de esta estrategia de convergencia, quisiera destacar brevemente la importancia del movimiento feminista. Es un dato: el papel de las mujeres es importante en todas las luchas medioambientales; hoy, por ejemplo, las jóvenes están en la primera fila de las manifestaciones de la juventud por el clima. No es por casualidad, no es tampoco porque las mujeres serían, por esencia, más respetuosas con la naturaleza que los hombres. Más bien, la razón es que el patriarcado asigna a las mujeres las tareas de cuidados de los cuerpos y los hogares. (oïkos, en griego), lo que las hace más sensibles a la necesidad de cuidar también los ecosistemas.

En consecuencia, desarrollar la lucha feminista es una palanca para difundir esta cultura del cuidado y generalizarla a las relaciones humanas y no humanas. Al subvertir la dominación masculina, tiene también el potencial de subvertir la relación social de explotación que está en las antípodas del cuidado. Además, la lucha para la emancipación de las mujeres es un elemento clave de la estrategia para arrancar a las personas asalariadas de la alineación capitalista.

Por ahora, el movimiento climático no ha logrado nada y los chalecos amarillos solo han obtenido algunas migajas después de haber colocado al país a sangre y fuego. ¿Qué medios de acción habría que emplear para volver la situación a nuestro favor?

DT: No comparto tu opinión. No creo que el acuerdo de París habría recogido como objetivo mantener el calentamiento por debajo del 1,5°C en relación al periodo pre-industrial si no hubiera existidon el movimiento por el clima (tomado en su sentido más amplio, incluyendo la difusa presión de las opiniones públicas sobre algunos gobiernos, como los de los pequeños Estados insulares). Cierto, el Acuerdo de París solo es una declaración de intenciones, no se traduce en ningún plan de acción y la responsabilidad del uso de los combustibles fósiles ni siquiera se menciona en el texto… Pero esta declaración de intenciones en sí misma representa un paso adelante. Además los climato-negacionistas no se han confundido [en criticarlo, como Trump].

Ahora se trata de exigir que este paso adelante vaya acompañado de medidas concretas y hacer que estas medidas concretas estén a la altura del desafío climático por una parte y, por otra, que sean socialmente justas (incluyendo la justicia climática Norte-Sur que es una apuesta decisiva). Sin embargo, es en el sentido de esta doble exigencia en el que el movimiento por el clima tiende a desarrollarse delante de nuestro ojos. Es un proceso lleno de confusiones, de tanteos y ambigüedades. Vista la urgencia, se puede deplorar su lentitud, pero las líneas están moviéndose porque la catástrofe climática agrava vertiginosamente la crisis de legitimidad del capital y de sus representantes políticos.

De un lado, está Trump, Bolsonaro y quienes sueñan con reunirse con ellos sin atreverse a decirlo en voz alta. Veremos si consiguen hacer frente a la movilización que no puede sino ir en aumento. De otro, hay adeptos al capitalismo verde que solo reaccionan con medidas insuficientes… Pero estas medidas no engañan a nadie y más bien, animan a seguir adelante, tanto en el plano de las movilizaciones como en el plano de las reivindicaciones.

Creo que esta situación se va a mantener y a desarrollarse; y que desarrollándose, puede favorecer la evolución de políticas sorprendentes. Le Green New Deal propuesto a Estados Unidos por Alexandria Ocasio-Cortez 2/ para resolver la crisis social abandonando los combustibles fósiles en diez años es un ejemplo de esas posibles evoluciones. Este Green New Deal no es anticapitalista: esquiva la necesidad de disminuir la producción material, no dando ninguna garantía respecto a la disminución de las emisiones de gas de efecto invernadero necesarias para mantenerse debajo del 1,5°C; deja de lado la apuesta clave de justicia climática Norte-Sur y no excluye la vuelta a las tecnologías llamadas de emisiones negativas (como la Bio Energía con captura de carbono -BECCS)… Sin embargo, la GND podría marcar una inflexión, en particular, porque invita al movimiento sindical a pensar en una vasta reconversión industrial garantizando las conquistas obreras, lo que podría favorecer una dinámica social interesante.

Hay otros indicadores que semejante evolución es posible. Citaré tres. La condena judicial del gobierno holandés por una política climática insuficiente 3/, la proposición de ley del clima redactada por universitarios 4/ y depositada en el parlamento belga por una unión sagrada de los partidos (fracófonos) y el “pacto finanzas-clima” de Larrouturou-Jouze 5/. Tampoco este plan tiene nada estrictamente anticapitalista, pero su realización marcaría un giro y es significativo que sus autores lo justifiquen diciendo que permitiría evitar no solo el caos climático sino también el caos financiero y … la desintegración de la Unión Europea. Volvemos a encontrar aquí la cuestión de la legitimidad.

El balance del movimiento de los chalecos amarillos es otro asunto, pero el punto común es justamente, me parece, la pérdida de legitimidad del poder y del sistema. No entraré en la discusión sobre las contradicciones y las ambigüedades de los chalecos amarillos. Me parece que lo esencial es destacar que este movimiento dura desde hace tres meses y que cuenta desde hace mucho tiempo con un apoyo muy amplio de la mayoría de la opinión pública…. A pesar de la estigmatización mediática, de una represión feroz, de las migajas dadas por Macron y de la puesta en escena del gran debate nacional, incluso hoy, el apoyo sigue siendo muy amplio. Es el síntoma de un descontento profundo y potencialmente explosivo.

¿A qué conclusión podemos llegar? Que antes que nada hay que reforzar, hacer converger y proteger de la represión las movilizaciones de masas cuyo potencial transformador reaparece. Hay que hacerlo con firmeza, sin dudar ante de las acciones de desobediencia civil, pero sin caer en la trampa de la violencia minoritaria; manteniendo siempre la preocupación de unir la mayoría social. El combate que tenemos delante es un combate de largo aliento. El objetivo debe ser crear una situación tal que la actitud actual de los gobiernos se convierta en insostenible. Por su naturaleza, como amenaza global y terrorífica, la apuesta climática se presta a este enfoque. Hay que tomar ejemplo de la lucha antinuclear en Alemania: se ganó por la construcción a largo plazo de un movimiento de masas decidido que, sin interrupción, durante años, hizo salir la calle a millones de personas.

Ya sé que la comparación tiene sus límites: salir de los combustibles fósiles en menos de treinta años es más complicado que salir de la energía nuclear (sobre todo, que, especialmente en Francia, hace falta, ¡salir al mismo tiempo de la nuclear!) Esto significa que el camino será más difícil. Y estará jalonado de falsas soluciones que propondrá el capitalismo verde en búsqueda de legitimidad y que habrá que desenmascararlas para empezar de nuevo e ir más lejos. Esto significa competir a una velocidad aterradora con la destrucción actual, apoyándonos en cada avance de esta destrucción para reforzar la lucha. No hay otro camino posible y no hay atajos.

¿Cómo ve los recientes movimientos de las marchas a favor del clima y las huelgas estudiantiles? ¿Qué siente por los chalecos amarillos? ¿Cree que la conexión de estos dos movimientos por ahora separados es crucial?

DT: Estos movimientos expresan bien la angustia frente a la aceleración del cambio climático. Esta angustia está más que justificada cuando sabemos que los planes de los gobiernos se plantear ir más allá del 1,5°C con la esperanza puesta en un enfriamiento posterior gracias a la tecnología…, y que durante esa superación temporal, existe el riesgo de que ocurra una catástrofe irreversible. Por ejemplo, en la Antártida, que podría hacer subir el nivel de los océanos de tres a seis metros. De forma especial, la juventud muestra que es mucho más consciente y está más preocupada de lo que parece. Hay que rendir homenaje a Greta Thumberg que encarna esta conciencia en su máximo grado.

Así pues, sí, la conexión del movimiento del clima y el de los chalecos amarillos es crucial. Además, es posible porque los adversarios de una alternativa a la destrucción medioambiental no son los chalecos amarillos. Los adversarios son quienes, como Macron, hacen regalos fiscales a los ricos en nombre de la competitividad y ponen impuestos a los pobres en nombre de la ecología. Esta política hipócrita es el mejor medio de echar a una parte de la población en brazos de los climato-negacionistas y de la extrema derecha anti-impuestos.

Estoy muy de acuerdo con los comentaristas que han escrito que, en realidad, los chalecos amarillos ponen el foco en la necesidad y la posibilidad de otra ecología, a la vez social y medioambiental. Además, el desarrollo concretos del movimiento han mostrado que los chalecos amarillos no son patanes pro-coche como algunos les gusta describirlos. Añadiría que el desarrollo de la lucha por el clima de la juventud en Francia y la conexión entre este movimiento y el de los chalecos amarillos ayudaría mucho a clarificar las apuestas de uno y otro. De hecho, hay que prestar mucha atención a esto: la discordancia de las movilizaciones sociales hace el juego a quienes quieren poner en marcha soluciones autoritarias sean nacional-populistas (el RN) o liberal-bonapartistas (Macron).

Usted defiende un proyecto socialista. El término no es muy popular hoy. ¿Cómo se coloca entre la ecología de la ZAD [Zonas a defender] y la ecología del colibrí6/

DT: Me posiciono claramente del lado de la ecología del ZAD y en ese marco, llevo debates estratégicos e ideológicos. De entrada, debates estratégicos, pues hay que destacar que la victoria contra el proyecto del aeropuerto en Notre Dame des Landes (NDL) no se hubiera producido sin la creación de un amplio movimiento de solidaridad alrededor de los zadistas, del vecindario y de los agricultores locales. La combinación de los dos elementos es la que hace del NDL una cuestión política central, una cuestión de gobierno. Tenemos ahí, en mi opinión, un claro ejemplo de la forma en que una acción de desobediencia civil muy radical y minoritaria puede y se debe articular con una movilización amplia y atraer no solo colibríes sino también a partes del movimiento obrero. Especialmente, el hecho poco conocido de que la CGT de Vinci [empresa que iba a realizar los trabajos para la construcción del aeropuerto] giró a favor de la lucha contra el aeropuerto, constituyó una enorme victoria de la que hay que aprender la lección en Francia y a nivel internacional.

También debates ideológicos pues la radicalidad combina necesariamente el contenido y las formas de acción. Sin acción, el contenido resulta abstracto y las declaraciones deprimen. Sin contenido, la acción se queda vacía. Radicalidad no significa violencia ni agitación vana sino rigurosa capacidad de poner las causas al descubierto para atacar mejor la cima. No se trata ni de profetizar el derrocamiento inevitable ni de predecir el fin de la civilización. Entre otros problemas, estas seudo-soluciones incluyen un supuesto: la destrucción inevitable de la mayor parte de la humanidad que no es responsable del cambio climático. La resignación oculta ante esta perspectiva es categóricamente inaceptable a nivel ético. Hay que dar la espalda a estos discursos apocalípticos o escatológicos y trazar, aunque solo sea con alfileres, un camino concreto que permita parar la catástrofe con 8.00 millones de humanos en la Tierra. Non un@ di meno!

Este camino solo se puede marcar reemplazando la absurda producción de mercancías para obtenner beneficio por una producción que responda a las necesidades reales, determinadas en el respeto a los límites terrestres y de forma democrática, lo que implica tanto una descentralización máxima como una planificación internacional. Ahora bien, una sociedad que produce para las necesidades reales, se llama socialismo. El hecho de que este proyecto haya sido desacreditado por las desastrosas experiencias del estalinismo y la socialdemocracia no justifica que se le designe con un vocablo nuevo. Al contrario, el tener en cuenta la destrucción ecológica justifica que se le añada el prefijo eco. Yo soy un ecosocialista internacionalista y autogestionario, solidario de todas las luchas de las personas oprimidas por su liberación.

 

VientoSur

 

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