La urgencia climática está redoblando la presión social para forzar un giro en todos los niveles de la sociedad, empleando tácticas de desobediencia para hacerse oír
El 7 de octubre se ha anunciado una primera gran acción de desobediencia no violenta en Madrid. Posiblemente sea la primera de otras que vengan. La justicia climática se sitúa en el centro de la reivindicación
El Diario
El 8 de octubre se cumple un año desde que el Grupo de expertos para el cambio climático (IPCC, por sus siglas en inglés) emitiera su informe especial 1,5ºC. En el informe advertía que no sobrepasar ese aumento de temperatura a final de siglo implicaba reducciones de emisiones profundas, y cambios de gran calado, de largo alcance, y urgentes en todas las esferas de la sociedad. Ha transcurrido un año y los cambios no asoman, mientras la clase política sigue en la parra, enzarzada en sus disputas.
El día anterior de este primer aniversario de inacción política en torno a esta advertencia, la sociedad española está convocada a una acción, centralizada en Madrid, de desobediencia civil no violenta. 2020 Rebelión por el clima y Extinction Rebellion son las dos plataformas que hacen el llamamiento. Las personas que quieran participar tienen que registrarse en un formulario; es decir, la acción requiere un esfuerzo deliberado y una intencionalidad expresa de participar, y conlleva posibles implicaciones legales para las personas participantes. Aún así, eso no está arredrando a mucha gente, que se está apuntando dispuesta a dar ese paso.
Desde el Acuerdo de París, tras el que los gobiernos hicieron unas promesas (de cumplimiento voluntario) sobradamente insuficientes para contener la temperatura siquiera por debajo de 2ºC, floreció en el movimiento climático el concepto de las “líneas rojas”, una especie de hasta aquí hemos llegado, que pretendía visibilizar la determinación social de plantarse y no permitir que los políticos siguieran toreando la situación climática. A partir de entonces hemos asistido a un escalado en las tácticas de lucha, que han ido adentrándose en el terreno de la desobediencia.
Miles de personas convocadas por Ende Gelände han bloqueado ya en estos últimos años en varias ocasiones minas de carbón y centrales térmicas para detener la producción fósil, en línea con lo que exige el mandato científico. Lo han hecho en masa, de forma pacífica e interponiéndose ante las máquinas, en la determinación de bloquear decididamente con sus cuerpos sobre el terreno las emisiones que los políticos no se atreven a afrontar en las salas de negociación. Y en estos últimos ha proliferado la celebración de campamentos climáticos que habitualmente culminan con una acción de desobediencia contra la industria de los combustibles fósiles.
En el último año la reacción social se está precipitando. Greta Thunberg , encendió un movimiento generacional con su pequeña acción cotidiana y solitaria de desobediencia, consistente en no ir a clase los viernes. Por cierto, en vista de las reacciones aviesas que está generando por parte de la caverna mediática y política, se le podría aplicar la frase quijotesca de “ladran, luego cabalgamos”.
En otoño de 2018, el movimiento Extinction Rebellion surgió en Reino Unido como de la nada, invocando a miles de personas a tomar las calles londinenses para bloquear todos los puentes de entrada a la ciudad, llamadas a interrumpir el sistema. Fue todo un éxito de movilización.
Desde hace meses la plataforma europea #By2020WeRiseUp, en el Estado español conformada en torno al nombre #2020RebeliónPorElClima prepara diversas olas de acción, priorizando la desobediencia civil entre sus tácticas. Desde el 27 de septiembre y hasta mediados de octubre están convocadas acciones por toda Europa. La plataforma pretende ser un movimiento de movimientos, muy diversos, que incluya a ecologistas, feministas, sindicatos, movimientos antifascistas y antirracistas… que actuando bajo el paraguas de la justicia climática promueva la lucha contra un sistema que oprime por igual a la naturaleza y a las personas. La plataforma ha anunciado al menos otras dos olas de acción para 2020.
El escalado en las tácticas es de alguna forma algo consecuente con dos elementos:
El miedo ante lo que viene. Esto es algo que se refleja en varios lemas de las manifestaciones de Fridays for Future. Sobre todo la gente más joven está entendiendo la disfuncionalidad de estarse preparando para un mundo que no va a existir tal y como se lo están contando.
El hartazgo ante la inacción política. Durante mucho tiempo mucha gente ha estado convencida de que el problema climático y ecológico estaba siendo afrontado y “solucionado” en las salas de negociación, pero empieza a sospechar o incluso a darse cuenta de que no era así.
Una razón poderosa para este cambio tácticas es la constatación de que las formas tradicionales de lucha, basadas en manifestaciones, peticiones, trabajo de incidencia política y negociación, etc., no parecen estar produciendo los resultados que se necesitan con la urgencia que se necesitan. El IPCC en su informe dejaba entrever que tenemos apenas una década para acometer esos cambios profundos. Y mientras las manifestaciones y peticiones siguen siendo necesarias, existe la sensación de que hay que hacer “algo más” para forzar una reacción, porque si no lo hacemos ahora, luego será tarde. Los movimientos de desobediencia civil han logrado cambios importantes en la historia. Y aunque ahora son vistos retrospectivamente con un amplio consenso de aprobación social, en su día se situaron lógicamente fuera de la legalidad.
Thoreau hablaba del deber de la desobediencia. La pregunta en la actual coyuntura sería: ¿no exige la crisis climática aquella obligación moral de desobedecer ante las injusticias a la que apelaba Thoreau? Porque de hecho se trata también en este caso de un asunto de justicia: la justicia climática. En el relato del cambio climático hay culpables y victimas, y en el de sus soluciones también hay quien gana y quien pierde.
El “solucionismo mainstream” impulsado desde las economías ricas, basado en la eficiencia, la tecnología y los instrumentos de mercado, no solo ha ignorado los derechos humanos y la equidad, discriminando a las personas que son las menos responsables y a la vez las que más sufren los efectos del cambio climático, sino que a menudo las ha perjudicado aún más con sus falsas soluciones, que por ende no han solucionado nada. Biocombustibles, compensaciones de carbono y biodiversidad, geoningeniería… Decisiones, proyectos y políticas, que expulsan comunidades y agravan el problema, aunque maquillan las cuentas climáticas y permiten huir hacia adelante con un modelo económico que acapara todas las esferas de la vida ignorando los límites terrestres.
Por eso es esperanzador que entre tanto ruido generado el elemento de la justicia climática se sitúe el centro de las reivindicaciones. Lo está en las terribles diatribas que Greta lanza los líderes mundiales, a cuya cara les vuelve a recordar además que es imposible el crecimiento infinito en un planeta finito, y lo está en el llamamiento de #2020RebeliónPorElClima. La transición ecológica no solo no será un cuento de hadas de renovables y coches eléctricos sino que además corre el peligro de ser tremendamente injusta para las comunidades del Sur y para las capas más pobres de las sociedades en general. En un mundo de disponibilidad menguante de recursos y energía, con los sumideros de contaminación ya saturados, es importante tener claro que la escasez habrá que repartirla con criterios de justicia social y bien común.