Un fantasma verde recorre Europa

En el corazón de las huelgas estudiantiles por el clima se encuentra una idea muy sencilla: es el momento de poner en el centro la sostenibilidad de la vida. Eso es lo que van a reclamar el 15 de marzo, en la huelga global

Rubén Gutiérrez Cabrera        CTXT

Un fantasma verde recorre Europa: el fantasma de la lucha por la sostenibilidad. En los últimos meses, decenas de miles de estudiantes han tomado las calles de Bélgica (75.000 personas), Alemania (30.000), Holanda (10.000) y cientos de ciudades a lo largo y ancho de todo el mundo han comenzado a sumarse a las protestas. También en el Estado español, donde la “Juventud por el Clima” logró concentrar la semana pasada a un centenar de estudiantes en Barcelona y organizó este viernes una sentada ante el Congreso. En Londres, el pasado 17 de noviembre, miles de personas colapsaron el centro de la ciudad tras bloquear cinco puentes principales, lanzando la campaña Extinction Rebellion, que aspira a convertirse en un nuevo movimiento social global contra la extinción, basado en la desobediencia civil masiva y no violenta. Pero todo esto no ha hecho más que empezar: para el próximo 15 de marzo se ha convocado una huelga global por el clima que llama a la movilización masiva frente a la inacción de nuestros gobiernos ante la emergencia climática.

Durante décadas, la comunidad científica ha venido advirtiendo de los riesgos de que la temperatura global aumente 1,5ºC y de sobrepasar los límites ecológicos del planeta. Y sin embargo, de mantenerse la tendencia actual, ese límite se desbordaría hasta alcanzar los 5ºC a final de siglo. A día de hoy, necesitamos un planeta y medio para vivir, y si toda la humanidad viviese como la media de Estados Unidos, necesitaríamos más de cuatro planetas y medio. Resulta evidente, pero uno de los lemas que ha emergido con fuerza en el seno de las movilizaciones por el clima nos recuerda: “no tenemos un planeta B”.

«si toda la humanidad viviese como la media de Estados Unidos, necesitaríamos más de cuatro planetas y medio» 

El riesgo de una catástrofe climática sin precedentes es tan alto que la comunidad científica lleva tiempo alertando de que nos adentramos en la sexta gran extinción masiva de especies. Por arrojar solo algunos datos: se extinguen unas 150 especies de animales al día, el 98% de los insectos se habrá extinguido dentro de 35 años y los arrecifes de coral (sumideros clave para la absorción del CO2) se habrán extinguido completamente en 30 años. En este contexto, la pregunta que miles de estudiantes han empezado a hacerse es: “¿De qué sirve ir a la escuela si no tenemos futuro?” “¿Rebelión o extinción?”

Poner en el centro la sostenibilidad de la vida

El siglo XXI estaba tardando en empezar. En el “siglo de la gran prueba”, como lo ha bautizado Jorge Riechmann, las nuevas generaciones empiezan a tomar consciencia de que la gran lucha de nuestro tiempo es la lucha contra el cambio climático. Por eso, ante la agonizante velocidad a la que nos dirigimos hacia el colapso ecosocial, los nuevos rebeldes, los rebeldes contra la extinción, recuerdan que, como decía Walter Benjamin, “la revolución es el freno de emergencia” de la historia. Y que si el conflicto es el motor de la historia, el mayor conflicto ante el que nos encontramos hoy es el conflicto capital-vida. El ecologismo, de la mano del feminismo (o su virtuosa unión, el ecofeminismo) se presenta entonces como la más consistente narrativa anticapitalista. Hoy los “verdes” son los nuevos “rojos”.

En el corazón de las huelgas estudiantiles por el clima se encuentra una idea muy sencilla y de sentido común: es el momento de poner en el centro la sostenibilidad de la vida. Como analizan Yayo Herrero, Marta Pascual y María González Reyes en La vida en el centro, esta idea contiene el potencial de articular nuevos imaginarios sociales para defender lo que realmente está en juego: la vida, el bien común, la justicia social y ambiental. Porque mientras seguimos distraídos con los cotidianos juegos de tronos, los “caminantes blancos” avanzan desde el norte amenazando con destruir a todos los vivos. El verdadero enemigo, aunque imperceptible durante mucho tiempo, no ha dejado de hacerse fuerte ni un solo día.

«El ecologismo, de la mano del feminismo, se presenta como la más consistente narrativa anticapitalista»

Las nuevas generaciones concienciadas con los problemas ambientales, no obstante, no han venido para repetir las recurrentes profecías del apocalipsis con las que tradicionalmente el ecologismo ha paralizado más que motivado el paso a la acción. No. Frente al pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad, que decía Gramsci. La defensa de la sostenibilidad de la vida significa para las nuevas generaciones el reto de impulsar una transición ecosocial desde abajo, desde la ilusión y la esperanza, desde la diversidad, desde la particularidad de cada territorio, para reinventar la democracia y recuperar la soberanía (política, económica, energética, alimentaria, sobre nuestros cuerpos…). Significa el reto de articular nuevas visiones y estrategias que nos permitan frenar el ecocidio al que nos están conduciendo la industria de los combustibles fósiles y las élites financieras globales con la complicidad de la mayoría de los gobiernos. Significa no permitir que una minoría pueda seguir lucrándose a costa del futuro del resto de la humanidad. Pues, a fin de cuentas, los enemigos del pueblo y los enemigos del planeta son los mismos.

El futuro está por escribir: atrevámonos a soñar

En una Europa que cierra sus puertas a oleadas de refugiados, muchos de ellos víctimas precisamente del cambio climático; en una Europa en descomposición, en la que la extrema derecha agita el discurso del odio para “fortificar archipiélagos de prosperidad en medio de océanos de miseria” (ver Santiago Álvarez); en la que el brexit o la revuelta de los chalecos amarillos son solo primeros síntomas del gradual colapso ecosocial del continente (como explican Nafeez Ahmed y Emilio Santiago), los nuevos movimientos estudiantiles por el clima están generando un movimiento social sin fronteras que, mediante la acción colectiva y la desobediencia civil pacífica, está siendo capaz de marcar la agenda informativa y está por ver si será capaz también de convertir la solidaridad ecológica en una fuerza política global. Lo viejo no termina de marcharse, pero lo nuevo ya ha empezado a llegar.

Con el reavivamiento de los movimientos estudiantiles, con un 8M que un año más se prevé intenso y con una Huelga Global por el Clima en el horizonte, 2019 está llamado a ser el año de la rebeldía. En ciudades como Manchester, Londres o Bristol, las presiones ecologistas han conseguido que se decrete la “emergencia climática” y se redoblen los esfuerzos con la meta de convertirse en ciudades con cero emisiones. En Bélgica las marchas se han saldado incluso con la dimisión de la ministra de Medio Ambiente el pasado 5 de febrero. En esta línea, con toda una tanda de elecciones a la vuelta de la esquina, en el Estado español tenemos también razones de sobra para la rebeldía. En una región especialmente amenazada por el cambio climático, poner la crisis ecosocial en el centro del debate es imperativo, más ahora que la Ley de Cambio Climático y Transición Energética  que Teresa Ribera venía trabajando incluso contra la oposición interna de su propio partido corre el riesgo de no llegar a ver la luz.

Los nuevos movimientos estudiantiles tienen la obligación de estar a la altura de los retos ecosociales que nos ha tocado vivir. La frescura y la voluntad de cambio con la que están irrumpiendo debe venir acompañada de nuevas ideas y propuestas para disputar la hegemonía desde posiciones ecosociales. Para ello, debemos “pensar global y actuar local”, buscando inspiración en iniciativas que están marcando el camino a seguir como la de Móstoles Transita 2030, un plan de acción ecosocial participativo que se ha fijado 130 objetivos y 178 medidas específicas para alcanzar la sostenibilidad urbana en la ciudad de Móstoles. Aprender de estas iniciativas y replicarlas (adaptándola a las especificidades de cada territorio), es una tarea de época fundamental por la que debemos apostar.

«como dijo Greta, no hemos venido aquí para rogar: hemos venido aquí para hacerles saber que el cambio está llegando, les guste o no»

Para contribuir a esta tarea, mientras el movimiento estudiantil por el clima avanza hacia una coordinación internacional, en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) han arrancado estos días las jornadas UCM 2030. Diálogos Ecosociales, un amplio ciclo de conferencias de gran relevancia que reúne a algunas de las voces críticas del mundo académico, activista y político para pensar con las luces largas. En plena viralización de acciones de “rebelión contra la extinción” y de huelgas bajo el lema “Fridays for future”, es vital que los árboles no nos impidan ver el bosque. De ahí que estas jornadas busquen generar un espacio de encuentro y reflexión colectiva en torno a la actual situación de emergencia  climática  y  las  transformaciones  necesarias  para  paliarla, abordando algunos de los desafíos clave relacionados con  la  sostenibilidad de  las  ciudades,  los  impactos  de  las  nuevas  tecnologías, el  papel  de  los  movimientos  sociales,  los  medios  de  comunicación  o la universidad, entre otros temas. Conseguir que las ideas y propuestas surgidas en este tipo de espacios lleguen al conjunto de la ciudadanía, es uno de nuestros principales retos de cara a impulsar las transiciones ecosociales venideras.

En la Cumbre del Clima de París (COP21), Obama proclamó ante la comunidad internacional: “Somos la primera generación que siente los efectos del cambio climático y la última que puede hacer algo para solucionarlo”. Pocas cosas cambiaron entonces. Tres años después, sin embargo, en la Cumbre del Clima de Katowice (COP24), Greta Thunberg, con tan solo 15 años, conmovió con su discurso al mundo entero, desatando la actual ola de movilizaciones por el clima. Necesitamos que de nuestros colegios, institutos y universidades salgan muchas Gretas Thunberg dispuestas a dar la cara para defender su futuro. Y eso se consigue con profesores y profesoras como los cientos que ya han firmado (y con los que firmarán) el manifiesto “En apoyo a las movilizaciones juveniles frente al cambio climático: No podemos seguir robándoles el futuro”. Así, con cientos de estudiantes, docentes, investigadores/as, activistas, asociaciones y colectivos de todo el Estado español organizándose para activar la lucha por la sostenibilidad, debemos reafirmarnos en la idea de que, como dijo Greta, no hemos venido aquí para rogar: hemos venido aquí para hacerles saber que el cambio está llegando, les guste o no. Porque el poder real pertenece al pueblo.

Nadie puede saber hoy por hoy qué repercusiones tendrá esta nueva ola verde que recorre Europa. Puede que sea solo cuestión de meses que toda la ilusión generada se desvanezca y que estas revueltas pasen a la historia como un acontecimiento puntual, efímero. O puede que, como apunta la tendencia actual, vayan a más. Puede que este movimiento logre interpelarnos a todos y a todas. Que el próximo 15 de Marzo en la Huelga Global por el Clima, marquemos un punto de inflexión en la lucha por la sostenibilidad. Que entendamos que nos toca ser el sistema inmunológico de este planeta. Que ha llegado el momento de imaginar nuevas utopías para el siglo XXI e iniciar un ciclo de luchas bajo un nuevo lema: ¡Juventudes por el clima del mundo, uníos!

Decía Raúl Seixas, que un sueño que se sueña solo, es solo un sueño. Pero un sueño que se sueña colectivamente, eso es una realidad.

El futuro está por escribir. Atrevámonos a soñar.

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