Cansados de ser una fuerza de trabajo precaria y explotada en McDonalds, los jóvenes están comenzando a afiliarse a sindicatos y a exigir ser escuchados
El día en que los trabajadores de McDonalds se pusieron en huelga fue el mejor día en la vida de Shen Batmaz. Lleva la fecha tatuada en el brazo. «Estaba muy cansada y abrumada», cuenta mientras recuerda el piquete en Crawley (West Sussex, Inglaterra) en el que protestó frente a un restaurante de la cadena de comida rápida. «Estaba allí con gente a la que amaba y junto a la que trabajaba, luchando juntos para lograr algo, fue lo más poderoso que sentí en mi vida». La ‘McHuelga’ había empezado.
Esta semana, empleados de comercio y hostelería de las empresas JD Wetherspoon, McDonalds, Uber Eats y TGI Fridays marcharán unidos en una huelga coordinada. Su batalla podría determinar el futuro de una fuerza laboral cada vez más precaria y explotada.
El thatcherismo supuso un golpe del que los sindicatos británicos nunca se recuperaron. En 1979, más de la mitad de los trabajadores pertenecían a un sindicato. Hoy representan menos del 25%. Y los más jóvenes son los que menos probabilidades tienen de estar organizados: entre los trabajadores menores de 25, solo un 8% se afilió.
La falta de organizaciones que sirvan de contrapeso al poder de la patronal ha dejado a muchos empleados sin seguridad, objeto de maltratos en su lugar de trabajo y con salarios miserables. No hay dudas: con la excepción de Grecia, los trabajadores de Reino Unido son los que mayor reducción salarial han sufrido en los países industrializados. La caída ha sido aún más dramática para los jóvenes: en los años que siguieron a la crisis de 2008, los empleados de entre 18 y 21 años vieron como sus salarios reales se desplomaban un 16%.
Tras pasar dos años en McDonalds, Batmaz trabaja ahora para el Sindicato de Trabajadores de Panadería, Alimentación y Afines (BFAWU, por sus siglas en inglés). Ella ha conocido la angustia de los contratos inestables de cero horas, pero le ha servido como catalizador para la lucha. Ha conseguido que sus compañeros se afilien al sindicato y que el personal convocara una reunión conjunta de trabajadores en las sucursales de Cambridge y Crayford.
La llama se encendió cuando los trabajadores estadounidenses de ‘Fight for 15$’ se pusieron en contacto con ellos. «Hubo un momento en esa reunión en el que todos nos miramos y decidimos: si realmente queremos tener repercusión y cambiar las cosas, tenemos que ponernos en huelga», recuerda.
El cultural es uno de los desafíos que enfrenta su lucha. En el súper explotador sector de la hostelería y venta minorista, a los trabajadores les hacen sentir que son inútiles, personas que no merecen un salario adecuado y seguridad de verdad. «Tenemos que empezar a pensar que nos merecemos más que esto», afirma Batmaz. «Todos merecen poder vivir y tener una buena vida», añade.
Son trabajadores a los que les están haciendo saber lo fácilmente reemplazables que son: les dicen que si el salario de miseria y el maltrato no son de su agrado, siempre habrá otros dispuestos a someterse. «Todo su plan de negocios depende de que seamos prescindibles, de que alguien más pueda hacer nuestro trabajo», dice Alex McIntyre (19), un trabajador en huelga del Wetherspoons de Brighton.
La ‘McHuelga’ ha demostrado servir como detonador y como fuente de inspiración para los jóvenes trabajadores que no sabían nada de organizaciones sindicales. Lo que dice Katie Southworth, una empleada de 22 años de Wetherspoons, es lo mismo que piensan sobre los sindicatos muchos jóvenes británicos: «Ancianos sentados en una sala debatiendo temas que ya estaban anticuados hace una generación». Southworth cambió de idea cuando vio a los jóvenes empleados de McDonalds luchando por derechos básicos: «Tenían menos de 30 años, eran gente con la que podíamos comunicarnos», señala. Las demandas –un salario mínimo de 10 libras esterlinas por hora (unos 11,3 euros), terminar con los discriminatorios sueldos reducidos para jóvenes y el reconocimiento de los sindicatos– eran muy modestas, pero requerían un cambio radical en una precariedad íntimamente ligada al modelo económico británico.
Fueron los jóvenes los que ayudaron a quitarle la mayoría a los conservadores y sumir al Gobierno en una crisis. Y es esa fuerza la que ahora está pasando de las urnas al lugar de trabajo. El thatcherismo quiso romper el sentido de solidaridad colectiva. Según el mantra de aquella época, el individuo solo mejoraría sus condiciones con su propio esfuerzo: el único culpable del fracaso era uno mismo. Pero este dogma choca en seguida con las experiencias vividas. «Yo sabía que confiar en la generosidad de un gobierno o de las empresas nunca iba a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, pero hasta que lo comprobé en la práctica, no me di cuenta de que era algo que nosotros sí podíamos hacer», dice Chris Hepple, 29 años y empleado de Wetherspoons.
Sentir la fuerza del grupo es lo que está volviendo a aprender una nueva generación castigada con deudas, cuando aspira a obtener una educación universitaria, y sin empleos seguros bien remunerados ni viviendas decentes y asequibles. Como dice Southworth, «si uno como individuo llama a la puerta de Tim Martin y quiere que las cosas sucedan, nada cambia. El cambio se produce cuando lo hacemos de forma colectiva».
En los años ochenta, los sindicatos sufrieron un revés tras otro. Con el desempleo masivo, los trabajadores temían despertar la ira de los patrones y las leyes antisindicales represivas reducían su capacidad de organizarse y defender sus derechos. También hubo derrotas estrepitosas, especialmente la huelga de los mineros, que hicieron parecer inútiles las protestas.
Hoy, de nuevo, hay desafíos a superar: como dicen los trabajadores en huelga, el alto nivel de rotación en sus sectores hace muy difícil la organización. Pero tras una época en que los sindicatos estaban en retirada, la nueva generación está mostrando el camino. Hay brotes verdes con muchas posibilidades de prosperar. Los explotados empleados del cine Ritzy, en el sur de Londres, han librado una larga batalla por un salario digno y el reconocimiento de los sindicatos. En Deliveroo, los repartidores van a acudir a los tribunales para exigir derechos tan básicos como el salario mínimo y las vacaciones pagadas.
Lo que despierta la esperanza es que los jóvenes no se están limitando a buscar un beneficio para su lugar de trabajo: lo que quieren es ni más ni menos que la transformación de todo el sector y la sociedad. «No somos tan ingenuos como para pensar que nos lo van a dar todo de inmediato, pero si nos unimos en el sector de la hostelería, esperamos poder impulsar los salarios y las condiciones de nuestra industria y de toda la sociedad en general», dice Hepple.
No se conforman con un salario decente y derechos básicos, también quieren que los escuchen en su lugar de trabajo. El neoliberalismo ha emborrachado de triunfalismo a la clase patronal británica, que se ofrece a sí misma salarios y bonus estrafalarios mientras la pobreza y la inseguridad cercan a sus trabajadores. Es algo que no podía durar. Tal vez la arrogancia esté a punto de encontrar su némesis: un ejército de trabajadores jóvenes y precarios, pero también decididos.
Traducido por Francisco de Zárate