Sólo entre el 3 y el 16% de los hogares logran salir de su condición de desfavorecidos
Uno de cada cinco niños se crían en la pobreza en Alemania. Para ellos la máxima de que en este país «se vive bien», como dice la canciller Ángela Merkel, es una quimera.
Pasadas las 3 de la tarde, los niños colocan en la mesa tomates y pepino. De lunes a viernes, casi todas las tardes comen en un centro social de Lichtenberg, en el este de Berlín. «Lo notamos sobre todo en los adolescentes, muchos nos dicen: ¿cuándo comemos? No he comido nada en todo el día», cuenta Patric Tavanti, responsable del establecimiento administrado por la fundación católica Caritas.
Sus padres carecen de medios financieros o de tiempo para darles de comer de forma regular, añade. Aquí se sienten en casa. «Vengo casi todos los días», afirma Leila, una adolescente. «Podemos hablar, cocinamos, nos divertimos».
En el motor económico de Europa, la economía va bien y las arcas públicas están llenas. Pero alrededor del 20% de los menores de 18 años crecen en una «pobreza relativa», según el ministerio de la Familia, un nivel similar a Francia, donde la coyuntura económica es menos favorable. Sus padres viven con menos del 60% de los ingresos medios de los hogares alemanes, es decir menos de 1.192 euros (1,465 dólares) netos mensuales para un adulto con un hijo, y menos de 2.355 euros (2.900 dólares) para una familia con cuatro.
En Alemania, que presume de haber reducido el desempleo al nivel más bajo desde la reunificación alemana, más de un tercio de los 2,8 millones de niños pobres son de familias con padres con trabajo, apunta Heinz Hilgers, presidente de la federación de protección de la infancia (Kinderschutzbund).
Más allá del aspecto material, la toma de conciencia por parte del niño de que pertenece a este grupo desfavorecido es devastadora, afirma Klaus Hurrelmann, profesor de la Hertie School of Governance de Berlín. «Se pone en marcha una espiral: los niños se sienten excluidos, comienzan a sentir vergüenza de no poder participar en las excursiones del colegio ni invitar a amigos a sus cumpleaños. Terminan perdiendo confianza en sí mismos, a no aplicarse en el colegio, porque la pobreza material también es una pobreza en educación y cultura», añade el experto. «Actualmente solo tenemos a un adolescente que quiera estudiar bachillerato», dice Patric Tavanti, de Caritas.
La escuela no integra correctamente a estos niños, a menudo de familias numerosas de origen extranjero o monoparentales. «Notamos una necesidad creciente de comida, pero también de ayuda para hacer los deberes y leer», explica Lars Dittebrand, responsable de Manna, un centro familiar y una guardería en Berlín.
La selección en la escuela, normalmente al final de los estudios de educación primaria, conduce a los más desfavorecidos a empleos precarios. La «pobreza se hereda», asegura la fundación Bertelsmann, que revela que sólo entre el 3 y el 16% de los hogares logran salir de su condición. «Generaciones de niños pobres se convierten en adultos pobres y padres pobres», lamenta Heinz Hilgers. Un «riesgo económico enorme» en una Alemania que envejece, advierte además.
El nuevo gobierno de coalición entre los conservadores de Merkel y los socialdemócratas prometió ayudas, entre las que incluye subsidios a las familias, más guarderías y escuelas abiertas todo el día para facilitar el acceso de las madres al empleo.
La diputada ecologista Lisa Paus considera que nada mejorará hasta que se reforme el sistema fiscal, que beneficia a las parejas. Los tiempos han cambiado «y la pobreza suele llegar cuando las parejas rompen», explica la diputada, que denuncia el apoyo insuficiente a las familias monoparentales. De hecho el 45% de los niños criados por un solo progenitor, generalmente la madre, vive en una pobreza relativa.
Fuente: Hoy