manifestación 8M

La conquista del derecho a ser: aquí estamos las feministas

Que este 8 de marzo iba a rebasar todas nuestras expectativas era algo que ya estaba claro las semanas previas. Nadie, sin embargo, parecía capaz de intuir un desborde como el que finalmente tuvimos. La ola, por suerte, nos superó a todas.

Desde el 7 de noviembre de 2015, los análisis realizados sobre el movimiento de mujeres en el Estado Español se han ido multiplicando. En un contexto internacional de auge de las extremas derechas y de reflujo de las movilizaciones sociales, muchas han sido las voces que se han lanzado a interpretar el cómo y el por qué de un movimiento capaz de integrar a cada vez más mujeres jóvenes, de volcarlas a la calle y de hacerlas cuestionar las lógicas tradicionales de lucha y conflicto. Por otro lado, el movimiento feminista parece haberse dotado de una dimensión global y de un cierto horizonte estratégico, construyéndose como un grito de impugnación general del sistema capitalista. Tiempo habrá de ver hasta qué punto estas potencias llegan a desarrollarse. Por el momento, aquí van algunos elementos de análisis para tratar de comprender colectivamente lo que ha pasado esta semana:

1. La llamada a la huelga feminista ha supuesto un salto cualitativo importante en la concepción del 8 de marzo como jornada de lucha. Las manifestaciones masivas, con un millón de participantes en Madrid, 600.000 en Barcelona, 300.000 en Zaragoza o 100.000 en Sevilla, no han sido como otros años actos aislados de protesta, sino que han supuesto el colofón de muchas horas de encuentros, piquetes y actividades de diverso tipo. Más allá de las manifestaciones, la huelga estuvo presente durante todo el día en barrios, colegios, universidades y centros de trabajo. Ante la ineficacia de los actos meramente performativos, el movimiento feminista ha articulado una demostración de fuerza que dota de una dimensión nueva al clásico lema “aquí estamos las feministas”.

2. La dimensión de paro se ha convertido en un vector multiplicador del impacto de la convocatoria. La referencia a la huelga rompe con el factor ritual de la celebración y convierte en ridículos todos los intentos de reconducir la fecha hacia el consumo de moda y cosmética y los halagos a una feminidad mitificada. Venimos, es cierto, de meses de repetir que el feminismo está de moda y que todo el mundo quiere sumarse, pero no es posible sumarse a una huelga de manera abstracta. Hay, por tanto, un punto de ruptura. Las adhesiones de última hora (contemplábamos con sorpresa el reproche de Ana Rosa a Andrea Levy) y la caída de buena parte de los programas televisivos hacen imposible cualquier intento de interpretar este día en clave de normalidad reivindicativa.

3. La incapacidad de los actores políticos tradicionales para entender el momento ha sido manifiesta. El papel jugado por las dos principales centrales sindicales, basculando entre la incomprensión y el bloqueo, refuerza la imagen que se han ido ganando durante los últimos años de ser mastodontes aturdidos que miran con desconcierto cómo todo a su alrededor se mueve. La negativa a convocar huelga de 24 horas y la llamada a paros parciales no sólo ha generado confusión entre muchísimas trabajadoras, sino que les ha constituido como un claro elemento desmovilizador. Pensar cómo gestionamos el necesario trabajo sindical a partir de ahora y de qué manera encauzamos las ansias de muchas mujeres que a raíz del 8 de marzo están hablando de conflicto laboral y de organización en los tajos es una de las tareas que el feminismo anticapitalista tiene por delante.

4. Si algo nos ha dejado el proceso de preparación de la huelga ha sido, por encima de todo, las redes entre mujeres. La construcción de complicidades políticas y de alianzas afectivas entre vecinas, madres, hijas, abuelas y desconocidas ha sido la base sobre la que tejer un programa antagónico ambicioso y necesario (los contenidos del manifiesto leído al unísono en las diferentes ciudades dan buena muestra de ello), pero también sobre la que levantar bastiones de lo colectivo en nuestras vidas concretas. Decenas de miles de mujeres parándose a aplaudir, durante el recorrido de la manifestación de Zaragoza, a una limpiadora que agita una bayeta desde la ventana de un tercer piso. Cánticos de no estás sola en Madrid a una mujer que se asoma al balcón y se echa las manos a la cara, llorando. Comedores populares en Barcelona, puntos de encuentro en los barrios, espacios infantiles en Valencia. La huelga feminista es el fin del aislamiento, el redescubrimiento de lo colectivo, la conquista del derecho a ser. Queda, por supuesto, mucho por delante. Pero desde hoy caminamos juntas, y quien se encuentra en las calles raramente vuelve a quedarse en casa. Aquí estamos las feministas.

10/03/2018

Julia Cámara es historiadora, activista feminista y militante de Anticapitalistas.

Fuente: Viento Sur

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