La revolución tecnológica ha atado al trabajador a una silla y a un ordenador en el que pasa la mayor parte de su horario laboral. Esto deriva en malestar físico y mental y en un proceso de destrucción del que los psicólogos y nutricionistas llevan tiempo advirtiendo.
Una semana tiene 168 horas. Si eres un cumplidor, pasas 56 durmiendo, 40 trabajando y 10 en ruta a casa desde la oficina o viceversa. Si eres de los que tiene horario partido, tienes otras 10 horas adjudicadas al comer. En total, restan 52 horas, de las cuales 32 son del fin de semana. Es decir, que entre el lunes y viernes apenas restan 20 horas sin tareas, unas cuatro por jornada.
Para no hacer sangre, no se contabilizan dentro de esas 20 horas el hacer comidas, limpiar, las compras y niños (si los hubiera). El s.XXI no ha sido ni tan ilusionante como quería Regreso al Futuro ni tan apocalíptico como temía Blade Runner. La gran revolución tecnológica que nos prometíamos ha traído sedentarismo laboral –plantarse delante de un ordenador durante ocho horas diarias– y complicaciones para desconectar de tu puesto de trabajo.
En la actualidad, en torno al 60% de la población mundial no practica el ejercicio necesario para una vida saludable, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). En España, el Ministerio de Sanidad intenta combatir este problema del primer mundo con consejos que implican desde descansos continuados y paseos hasta una hora y media de actividad semanal. Cualquier cosa para evitar la inactividad a la que arrastra el nuevo mercado laboral.
Pedro J. Linares, secretario Confederal de Salud Laboral de Comisiones Obreras (CCOO), observa problemas laborales derivados de este avance de las tecnologías, más allá de la poca actividad: «Este progreso ha llevado a que el ámbito laboral se lleve a cualquier parte en cualquier momento, parece que tenemos que estar continuamente conectados y, a varias cosas. Cada vez tienes a más gente fuera del marco laboral clásico, que no llega a cubrir todas las situaciones que se están dando ahora«, asegura. Además, el exhaustivo control de los superiores no ayuda: «El mercado se está ‘taylorizando’ de nuevo. Te miden los tiempos de trabajo de una manera muy precisa. Ahora incluso quien trabaja en la calle está siendo monitorizado», arguye.
El trabajo y la salud
El presente entremezcla lo peor del mundo laboral clásico con lo peor del que viene para quedarse. 652 trabajadores murieron en España en su puesto de trabajo durante 2018, algo que para los sindicatos guardaba relación con el exceso de empleos temporales y jornadas parciales. Además, las personas con largas jornadas en puestos fijos tienen un mayor riesgo de sufrir accidentes cerebrovasculares, especialmente si se mantiene esta tendencia durante más de una década, según una nueva investigación que se publica en la revista Stroke.
Si a esto le sumamos el malestar psíquico, puede ir a peor. En clave estadounidense, Jeffrey Pfeffer, autor de Muriendo por un salario, calcula que unos 120.000 trabajadores mueren al año por culpa del estrés como causa directa. Pese al cambio de paradigma, en España los trabajos manuales siguen siendo los que más enfermedades producen, según el Observatorio de Enfermedades Profesionales (CEPROSS) de la Seguridad Social, ya que el esfuerzo físico prolongado también tiene consecuencias dramáticas.
Judit Parejo, cofundadora de Ínsula, Centro de Psicología, considera clave el reposo y la desconexión entre jornadas, que poco a poco tiende a desaparecer: «Es imprescindible contar con el descanso necesario y pertinente a cada tarea y profesión. No somos ilimitados en nuestra energía y capacidad. Nuestros procesos psicológicos básicos (atención, memoria, concentración, capacidad para tomar decisiones…) requieren de descanso. De no ser así, se produce fatiga, que podría cronificarse, con el riesgo mental y para la salud de la persona que eso conlleva. Si no podemos compaginar el descanso y el disfrute con el esfuerzo, tampoco podremos generar o mantener proyectos vitales importantes como lo es la conciliación familiar o los vínculos personales», narra.
Un modelo de trabajo que destroza la vida
Los tiempos cambian; las kilocalorías que se queman en los empleos actuales ni se acercan al ejercicio que se hacía en los trabajos tradicionales: de 90 kilocalorias por hora enfrente del teclado hasta las 436 de cargar un camión, según un estudio de la Universidad de Oxford University.
María Jiménez, nutricionista del Equipo Magic en Diamela Centro Medico, confiesa que cada vez llegan más pacientes que tienen como rutina estar sentados enfrente de un ordenador: «La mayoría tienen mucho aumento de peso, muchos problemas de circulación, retención de líquidos y pérdida de masa muscular», cuenta la doctora.
Raquel Frías, nutricionista y dietista, se encarga de visibilizar muchos de estos problemas: «Debemos tener en cuenta todas las patologías que puede desencadenar, como la mala circulación, aparición de varices, adormecimiento de piernas, dolores musculares, y sobre todo, enfermedades cardiovasculares debido a la baja forma física. Incluso se puede dar una deformación de la columna vertebral», cuenta.
Frías, que ayuda a particulares a tener dietas equilibradas con las que combatir el sedentarismo, detecta un problema en el modo de vivir, frenético y en el que las empresas tampoco aportan facilidades: «En muchos lugares de trabajo no hay zona de descanso o no se puede acceder con facilidad a alimentos de calidad y saludables. Hay excesivas máquinas expendedoras con productos que no son los adecuados para mantener una buena alimentación. Por lo tanto, si sumamos los horarios laborales de ocho horas o más, con un trabajo pasivo y la falta de comida de calidad, creamos un problema bastante importante. La falta de tiempo puede llegar a ser un problema para muchas personas», concluye Frías.
Judit Parejo asegura que este modelo de vida, sumado a la precariedad laboral y la temporalidad, desemboca en un claro y evidente aumento del malestar: «Actualmente, desde una visión más mercantilizada, eres más marcadamente aquello que produces, y el trabajo cobra mucha importancia como ‘medida de uno mismo’. Cuando no se logran las expectativas laborales deseadas, o en situación de paro o baja, el malestar aumenta, frecuentemente acompañado de estrés y una mayor angustia», asegura.
Lo que parece obvio es que tener un contrato con fecha de caducidad es imposible que derive en algo positivo: «Un ambiente que se perciba como amenazador, hostil, excesivamente exigente…, por supuesto provocará un impacto, mayor desgaste y esfuerzo. Necesitamos sentirnos a salvo, también en el trabajo«, concluye la psicóloga.
¿Qué soluciones puede tener el pasar 10 horas sentado? ¿Se pueden generar alternativas estructurales, desde las empresas y los Estados? ¿O recae todo en manos del propio trabajador?
Los expertos consultados no son muy optimistas, y prefieren proponer alternativas particulares, de uso privado, sin esperar que desde las compañías se ponga remedio al sedentarismo.
María Jimenez propone pequeñas cuestiones diarias: «Hay que cuidar la postura sentados, beber más agua, tener descansos para comer de una manera más frecuente y hacer ejercicio a diario para compensar el resto de horas que pasamos sentados. Si no se hace ejercicio, hay que compensar con otras actividades, como intentar ir al trabajo andando o aparcar un poco lejos, subir escaleras en vez de usar el ascensor o aprovechar las horas de comida para dar paseos», concluye.
Adela Gallez, dietética, es bastante más pesimista: «En el sistema de salud español no hay nutricionistas ni dietistas y los pocos que hay no cumplen con su función ya que no se les permite intervenir. No los hay porque a las farmacéuticas les interesa más que el médico de turno recete una pastilla al paciente antes que recomendarle que acuda a un nutricionista. Si existiese esa figura dentro de nuestro sistema de salud muchos problemas se reducirían y con ello reducirían el coste de la seguridad social», arguye.