El reivindicativo discurso de Oprah Winfrey en la gala de los Globos de Oro debe hacernos pensar que hoy estamos mejor que ayer pero peor que mañana. Y es que la potencia visual de una negra ocupando los espacios de enunciación constituye un hito, por negra y por mujer, en nuestra comprensión evolucionista de las cosas. Es un triunfo del feminismo que, a lomos de su vanguardia global, da un paso más en la conquista de una sociedad más igualitaria entre hombres y mujeres.
La consistencia de este éxito se asienta sobre una cierta idea de visibilización de la mujer. No es que hoy haya más violencia contra las mujeres ni que nuestra sociedad sea más machista, sino que las mujeres han salido del espacio privado represivo y se abren camino, poco a poco, en un mundo de hombres. La violencia machista que ocupa hoy día los informativos representaría esa salida al espacio público de un fenómeno atávico que habíamos conceptualizado como violencia doméstica. El éxito, de nuevo, es tornar las miserias de la vida familiar en un problema social. La solución está cerca.
Sin embargo, es preciso someter estos exitosos discursos lineales a la evidencia de una historia llena de discontinuidades. Cierto es que los problemas de las mujeres de hoy no son los mismos que los de sus abuelas, pero ello no implica una progresión. Más bien, debemos inscribir estos problemas en procesos sociales más amplios y tratar de huir de esos severos enjuiciamientos del pasado, tendentes al anacronismo, que acompañan a una excesiva condescendencia con el presente. ¿Qué tal si comenzamos a comprender que nuestro tiempo está marcado por una profunda intensificación de la violencia contra las mujeres?
El desajuste evidente entre la vida material de Oprah y la de una camarera de piso anuncia una creciente tensión en el sistema vigente de representación
Resultaría contradictorio, entonces, hablar de los éxitos del feminismo en el contexto actual? Sí y no. Que una parte del ideario feminista haya ocupado el sentido común y lo políticamente correcto no desmiente lo que sostenemos. Se da, al mismo tiempo, un incuestionable reconocimiento de “la mujer” y el sometimiento violento de las mujeres a las lógicas actuales de dominación. Mediante un proceso de asimilación de la vanguardia feminista y de exclusión de la inmensa mayoría de las mujeres, el sistema machista se sostiene sobre la capacidad de aquellas para representar a estas. El desajuste evidente entre la vida material de Oprah y la de una camarera de piso anuncia una creciente tensión en el sistema vigente de representación.
Esta fase del capitalismo global implica una marcada descomposición social en todas partes, lo que conlleva un retroceso de la situación de las mujeres. Implica, también, la cooptación de los aspectos funcionales para el sistema de los discursos radicales, también del feminismo. No es extraño contemplar por todos lados imágenes de mujeres que, como Oprah, aparecen empoderadas (aunque despolitizadas), seguras de sí (aunque necesitadas de la aprobación de otro), anunciando el comienzo de un mundo nuevo al alcance de todas. Incluso la publicidad ha incorporado a su amplio repertorio de cosificación de la mujer elementos del discurso feminista, en lo que se ha dado en llamar “publicidad feminista” o “buena para las mujeres” (véase, por ejemplo, los anuncios de Dove).
Así, la crítica del amor romántico y de la cosificación debería incorporar una deconstrucción de la idea de empoderamiento, como reconocimiento, sabiendo que los sistemas de dominación no se sustituyen los unos a los otros, sino que se superponen generando nuevas subjetividades femeninas disociadas unas de otras.
Esta disociación está relacionada con el crecimiento de las desigualdades en nuestras sociedades, con la ruptura de los lazos comunitarios del pasado sin una alternativa, con una cierta idea de libertad (neoliberal) que para la inmensa mayoría se traduce en una mayor exposición, precariedad y abandono en un mundo sin amortiguadores sociales.
En la fase actual del capitalismo global la visibilización de la mujer y la violencia contra las mujeres forman parte de la substancia del sistema. Son el palo y la zanahoria (símbolos fálicos) de un sistema de exclusión que requiere, sin embargo, de la ilusión del empoderamiento femenino a lo Oprah Winfrey para su reproducción ideológica.