Los trabajadores del hospital Carlos III nos dan su versión una vez mas. Hubo un día en el que en este hospital había un cartel con la palabra SOS.
Honestamente, no hay mucho más que se pueda decir desde este blog que lo que ya se ha venido diciendo desde que apareció el plan de sostenibilidad en el que se planteaba el demantelamiento del CarlosIII. Y tampoco se puede decir muchomás que lo que en su momento, hace ya más de un año y medio, les advirtieron los profesionales a los altos cargos de la Sanidad Madrileña, a los cuales no pareció importarles demasiado porque, según ellos, el CarlosIII no tenía nada que no tuviera cualquier otro hospital madrileño. Pero quizá al menos se pueda informar un poco a los ciudadanos y a los propios profesionales del peligro que las Autoridades Sanitarias nos están haciendo correr a todos con pleno conocimiento de causa y sin remordimientos a la hora de mentir sobre ello, quizá incurriendo incluso en actividades delictivas que podrían abarcar desde el delito contra la salud pública hasta la dejación de responsabilidad, pasando por la imprudencia temeraria.
Lo cierto es que en Madrid nunca hemos tenido un hospital capaz de enfrentar una amenaza biológica de nivel 4 como es el Ébola, puesto que dichas amenazas requieren unas inversiones en medios, infraestructuras, protocolos y recursos humanos por las que las autoridades sanitarias jamás han mostrado el menor interés, pero no es menos cierto que la Consejería de Sanidad ha hecho todo lo que estaba en su mano para destruir el hospital civil que más preparado estaba (dentro de las limitaciones ya comentadas) para enfrentar dichas amenazas.
Y luego ha pretendido utilizar sus restos para enfrentar dichas amenazas.
Por supuesto, es algo destinado al fracaso desde el principio; el hospital ya no tiene UCI, ni protocolos, ni simulacros ni laboratorios. Recordemos que la disponibilidad de laboratorios con los que analizar las muestras sin sacarlas del edificio de contención es una exigencia tanto de la ley española (Real Decreto 664/1997) como de la ley europea (Directiva 2000/54/CE) para cualquier centro que gestione amenazas biológicas de nivel 4, y no se está cumpliendo, con lo que se aumenta de forma radical e innecesaria la posibilidad de transmisión del virus y el riesgo de ampliar la zona comprometida. Recordemos también que los simulacros dejaron de realizarse desde que se le retiró al CarlosIII la designación como centro de referencia en enfermedades emergentes y pandemias, y eran esos simulacros los que permitían tener profesionales entrenados y preparados para afrontar dichas situaciones con confianza y seguridad. Y, sobre todo, recordemos que ya no hay protocolos adecuados.
O, más exactamente, los protocolos se han ido adecuando a las deficiencias del sistema para que no se le pueda acusar de incumplirlos, como ha ocurrido con los trajes de nivel 4, a los que misteriosamente parece haberles desaparecido la respiración autónoma, la escafandra y la ligera presión negativa, todo ello requerido por la normativa. Y lo que es más grave; ni tan siquiera esos protocolos incompletos están llegando a los profesionales. No hay más que hacer una llamada a la centralita telefónica del CarlosIII (914532500) o a la centralita telefónica de LaPaz (917277000) para darse cuenta de que sus profesionales carecen por completo, no sólo de protocolos, sino incluso de órdenes o directrices con los que guiar e informar a los ciudadanos, con lo que la información necesaria no llega ni tan siquiera a los profesionales que a su vez tendrían que informar sobre dicha información.
Todo ello, por supuesto, es responsabilidad y culpa de los trabajadores, no de los directivos, gestores o altos cargos. Al menos eso es lo que han dado a entender el Gerente, Rafael Pérez-Santamarina, y otros directivos de LaPaz hoy mismo a las 14:00 cuando han reunido a los trabajadores del CarlosIII en el salón de actos para reprenderles porque, según ellos, los terribles hechos acontecidos podrían deberse a una “relajación” de los trabajadores, insinuando con ello que la culpa no es de la carencia de protocolos, de la gestión más política que médica, de la opacidad informativa o de la improvisación en las decisiones directivas, sino de los propios trabajadores, esos trabajadores que están realizando, con la mayor eficacia posible y en algunos casos arriesgando la vida, un trabajo del que apenas se les informa, para el que apenas tienen medios, que les va llegando de improviso sin previa advertencia de los responsables políticos (como exigiría también la normativa) y sin que se les proporcione la formación necesaria a la que tendrían derecho por ley para afrontar semejante desafío.
Al parecer, la “relajación” de los trabajadores, y no una decisión directiva, es la responsable de que la adecuación y acondicionamiento de las habitaciones de aislamiento, que los trabajadores de Mantenimiento ya habían comenzado, se detuviera después de la muerte de los dos cooperantes repatriados. O sea que la culpa de que dichas habitaciones de aislamiento se estén dotando y acondicionando una a una, contra-reloj, a medida que van ingresando los pacientes, tan sólo pocas horas antes de cada ingreso, no es de los altos cargos que detuvieros dichos acondicionamientos porque el concurso para convertir aquello en un hospital de media estancia ya estaba concedido a una empresa y había que empezar esas otras obras, sino de la “relajación” de los trabajadores. Es de suponer que incluso las paredes de pladur con las que ahora (y no antes) se están improvisando exclusas de descontaminación en las puertas de las habitaciones del modulo penitenciario de la 6ª planta, incluso esa falta de previsión y clara demostración de presbicia epidemiológica es culpa de la “relajación” de los trabajadores, por supuesto.
Es tal el despropósito que incluso las rutas internas para trasladar por el interior del hospital a los pacientes de alto riesgo con la menor exposición posible se han convertido en poco menos que unas nuevas rutas con las que ocultar a los medios y a la ciudadanía el traslado aterradoramente irresponsable de dichos pacientes. Lo que antes consistía en introducir al paciente desde la ambulancia a través de una puerta que daba directamente a un ascensor con llave para subirle directamente a la 6ª planta, se ha transformado ahora en un paseo por la planta sótano del hospital, donde se encuentran los trabajadores de mantenimiento, el Almacén, el servicio de dietética y las cafeterías del personal y del público. Ayer, sin ir más lejos, se estaba introduciendo a un paciente con presunción de Ébola por esa ruta mientras los trabajadores del hospital y los familiares de otros pacientes deambulaban por allí yendo y viniendo de las cafeterías. Todo ello por culpa de la “relajación” de los trabajadores, sin duda, y no de la incompetencia de unos responsables políticos más obsesionados con salir guapos en la foto que con frenar la amenaza epidemiológica.
No hay de qué preocuparse, nos dijeron a los profesionales hace ya más de un año y medio cuando tratamos de advertirles que debían acondicionar otro hospital y entrenar a sus trabajadores antes de desmantelar el CarlosIII. No hay de qué preocuparse, nos repitieron en abril de este año cuando nos quejamos del desastre que estaban preparando al empezar a llegar las alertas de pacientes que, afortunadamente, daban negativo en las pruebas de infección. No hay de qué preocuparse, nos dicen todavía hoy mientras se miran unos a otros en busca de una respuesta imaginativa que pueda tapar los terribles hechos predecibles, previstos y advertidos por los profesionales.
Cuál de ellos, tan infectados de arrogancia como carentes de moral, tendrá el valor de explicarle a Teresa que se ha infectado de Ébola por culpa de la “relajación” de los profesionales. Ninguno, de eso podemos estar seguros, aunque sea de lo único que podemos estarlo, porque les sobra rostro y les falta valor.
Por no hablar de sentido común… Dicen que no le han realizado las pruebas de Ébola al marido de Teresa porque no presenta síntomas, pero ¿quién en su sano juicio no le realizaría las pruebas teniendo en cuenta el grado de exposición al que ha estado sometido? ¿Esta decisión también se debe a la “relajación” de los trabajadores? Sólo caben dos explicaciones: O bien le han hecho las pruebas, han dado positivas y no lo quieren decir “todavía”, en cuyo caso son más cobardes e irresponsables de lo que ya imaginamos, puesto que la opacidad en una alerta epidémica es la peor de las políticas más desastrosas posibles, o bien, efectivamente, no se las han hecho, en cuyo caso demuestran una negligencia, un desinterés y una ceguera epidemiológica voluntaria que produciría terror en cualquier persona racional, especialmente si el motivo fuera el elevado precio de dichas pruebas, lo cual ya nos dejaría sin adjetivos… y sin Autoridades Sanitarias dignas de ese título.
No hay mucho más que se pueda decir desde aquí, excepto que seáis prudentes y tengáis cuidado, que dupliquéis las medidas de seguridad, que no os creáis lo que os digan sobre la falta de peligro y que no bajéis la guardia, porque depende sólo de vosotros controlar esta situación para protegeros a vosotros mismos y a los demás ciudadanos; los responsables de la Sanidad Pública no están en ello.
Todavía hay quien dice que es irresponsable crear alarma social en todo este asunto, pero no se dan cuenta (o sí, que es mucho peor) de que hay un lugar saludable a medio camino entre crear alarma innecesaria y propiciar muertes por exceso de confianza.
También hay quien dice que no es el momento de pedir responsabilidades, que primero hay que controlar el peligro y, ya luego, podremos pedir cabezas. Pero ocurre que, mientras algunas de esas cabezas sigan al mando, el peligro seguirá multiplicándose, así que, desgraciadamente, vamos a tener que hacer ambas cosas a la vez.