Todos hemos sentido el retroceso social en España. Hagamos un repaso rápido siguiendo las reformas laborales: en 1977 el Congreso ratificaba el pacto económico de la Moncloa; en 1979 se aprobaba el Estatuto de los Trabajadores; el Acuerdo Marco de 1980 fue origen de la Ley Orgánica de Libertad Sindical; en 1983 la jornada se redujo a 40 horas semanales y se alcanzaron los 30 días de vacaciones al año. A partir de esos acuerdos, con todo lo que tenían de mejorable, hemos retrocedido sin parar: en 1984 se abría las puertas a la contratación temporal, que se mantuvo a pesar de las huelgas generales de 1985 y 1988. En 1992 se rebajaron las prestaciones de desempleo, una nueva huelga general no lo pudo evitar. La huelga general de 1994 no logró evitar que naciesen las ETT y se flexibilizara la contratación. En 1997, la indemnización por despido bajó de 45 días a 33. En 2002, a pesar de otra huelga general, se recortaron el subsidio de desempleo y los salarios de tramitación, abaratando el despido. La tasa de temporalidad era del 15,3% en 1987. Subió sin parar, alcanzando un máximo del 34% en el año 2006. Sólo se redujo hasta un 23% en 2013, porque durante la crisis los trabajadores temporales fueron despedidos en masa: el paro aumentó del 9,2% al 26%.
¿Por qué retrocedemos sin parar? Porque somos más débiles. La lucha social ha ido cambiando desde finales del franquismo y la Transición, cuando se lograron importantes avances sociales. Los movimientos sociales, vecinales y laborales han ido perdiendo su carácter de base, en muchos casos asambleario. Hoy el diálogo social consiste en que directivos de grandes sindicatos se reúnan con directivos de la patronal y del gobierno. La privatización se ceba con la Sanidad Pública desde hace 20 años en Madrid, Cataluña, Andalucía. Independientemente de que gobiernen el PP, el PSOE o partidos nacionalistas. Las luchas sociales han ido perdiendo fuerza y capacidad de movilización. En lugar de ser muchas personas aportando su granito de arena, hay reuniones en las que están presentes más organizaciones que personas, manifestaciones con más convocantes que asistentes. Las activistas cada día son menos, un número reducido de hipermilitantes que participan en varias luchas al mismo tiempo. Se multiplican las convocatorias de concentraciones a las que acuden menos de 50 personas, 200 en un buen día. No hay carteles por las calles. Antes de la llegada del covid, la difusión y muchos debates ya se llevan a cabo en las redes sociales, un medio que puede complementar pero nunca sustituir al contacto en persona. Se suceden las polémicas de pocos días de duración sobre las últimas declaraciones de tal o cual político o personaje mediático. Corren ríos de bits en twitter que no tienen consecuencias en el mundo real.
Entonces, ¿qué hacemos? Hay que limitar el funcionamiento por representación: partidos, sindicatos y asociaciones tienen un recorrido limitado para conquistar derechos en mesas de negociación. Tampoco basta con convocar movilizaciones si cada día acuden menos personas. Para volver a ser fuertes, debemos volver a ser muchos. Eso no ocurrirá nunca si los activistas y militantes seguimos hablando sólo entre nosotros. Hay que recuperar el trabajo de base. Hablando con nuestras vecinos y compañeros de trabajo cara a cara, uno por uno. Incluyendo muy especialmente a quienes no parecen interesados o piensan diferente.
La lucha social tiene que ser compatible con la vida. No existe una sola forma de participar, dedicando todo nuestro tiempo libre a las luchas, con un círculo de amistades formado por militantes. Parece evidente, pero esto hoy no se cumple: todo el mundo es importante y puede aportar a la lucha. Al recoger a los niños del cole, entre los vecinos del bloque, con los compañeros de trabajo, los amigos y la familia. Recogiendo firmas o alimentos, pegando carteles, repartiendo periódicos, animando a acudir a una manifestación, organizándose para ir juntos. Hay movimientos que lo hacen con mucho éxito. En la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, muchas de las personas que reciben apoyo por un desahucio se suman al movimiento. Las redes de apoyo y despensas solidarias vecinales están en la calle recogiendo alimentos, en contacto con sus vecinos, y algunas de ellas son gestionadas total o parcialmente por las personas beneficiarias. El movimiento feminista ha conseguido generar un debate en toda la sociedad.
Con la globalización y la desindustrialización, en España han perdido peso sectores sociales que libraron luchas fundamentales. Pero las huelgas en minas y fábricas no fueron exitosas porque estos sectores fuesen fáciles de movilizar. Cuando el movimiento obrero se estaba formando en nuestro país, las condiciones para organizarse eran mucho más duras que hoy. En 1860 la tasa de alfabetización era del 19,97%. Hoy es del 98,44%. La tasa de natalidad era del 35‰, hoy es del 10‰. El movimiento obrero lo formaron personas que raramente sabían leer o escribir, y a menudo contaban con un solo salario para mantener a varios hijos. Fueron décadas de esfuerzo en ateneos, casas del pueblo, economatos, cooperativas, periódicos, bibliotecas y escuelas. Trabajo invisibilizado gracias al cual se formó un movimiento obrero fuerte que conquistó la jornada de 8 horas en la huelga de la Canadiense de 1919, el descanso del fin de semana, las vacaciones pagadas. Por esa misma razón la Guerra Civil fue tan sangrienta, con represión, cárcel y fusilamientos. No se trataba de derrotar a un ejército sino de erradicar una cultura. Pero no lo consiguieron. Las luchas sociales, laborales y vecinales del final del franquismo y la Transición conquistaron derechos y avances sociales en el nuevo sistema democrático. Sin embargo, lo que no logró una dictadura, amenazan con conseguirlo tres décadas de televisión y una de redes sociales.
La huelga de profesores de Chicago de 2012 es un ejemplo del que aprender. En 2008, tras varias décadas de recortes, privatizaciones y desmovilización, un grupo de profesoras empezó a organizarse. Establecieron contacto con compañeras en cada uno de los 642 colegios e institutos. Se unieron a vecinas, madres y padres en luchas vecinales y por la educación pública. En 2010 salieron elegidas para dirigir su sindicato. Y siguieron trabajando con profesoras, alumnos, padres, madres y vecinos. Organizando manifestaciones, acudiendo a reuniones de la junta escolar, presentando informes con propuestas para mejorar la educación pública. Cuando en 2012 llegó el momento de renegociar su convenio sabían que necesitarían ejercer mucha fuerza para empezar a recuperar lo perdido. La ley les exigía el voto favorable del 75% de los 26 000 trabajadores para poder convocar una huelga. Gracias a un trabajo de base constante durante cuatro años, con muchas luchas e iniciativas con las que aprender y fortalecerse, acudió a votar el 90% de la plantilla. El 98% de ellas, a favor de ir a la huelga. Esta duró siete días y contaba con el apoyo del 66% de la población. A pesar de afectar a un servicio público, complicando la situación de padres y madres al no tener dónde dejar a sus hijos en esos días. En una de las manifestaciones participaron 35 000 personas. Las profesoras consiguieron que se desechara un sistema de evaluación injusto, mantuvieron su cobertura sanitaria y lograron un aumento de sueldo del 17,6%. Su lucha inspiró a profesoras por todo el país, con movilizaciones y huelgas en Virginia, Virginia Occidental, Oklahoma, Arizona, Colorado y la ciudad de Los Ángeles. En 2019 volvieron a la huelga, esta vez durante 11 días. Lograron un aumento del presupuesto para reducir el tamaño de las clases y la contratación de trabajadores sociales, enfermeras y bibliotecarios. También una subida salarial del 16%.
Por todas estas razones, como explica Jane McAlevey, no hay atajos: debemos recuperar el trabajo de base. Con pequeñas iniciativas, pero con constancia. Con las personas a nuestro alcance, no solamente quienes piensan igual que nosotros. Incorporando gradualmente a amistades, vecinos, padres y madres del cole, parientes, compañeros de clase o del trabajo. Supone años de trabajo constante, pero no hay una forma más rápida de conseguir que a las convocatorias del futuro acudan miles de personas, que las huelgas tengan éxito, que la privatización de la Sanidad se revierta. Porque los atajos llevan a desvíos que terminan en callejones sin salida.