Diario de Sevilla
Sara Belinchón
Javier Padilla (Madrid, 1983) trabaja como médico de familia en un centro de salud del norte de Madrid, y está formado en el ámbito de la salud pública, la gestión sanitaria y la economía de la salud. Miembro del grupo nacional de inequidades en salud de la Sociedad Española de Medicina Familiar, lleva más de una década tratando la relación entre la sanidad, la política, la filosofía, el activismo y los movimientos sociales. Es coautor del libro Salubrismo o barbarie (Atrapasueños) y acaba de publicar con Capitán Swing ¿A quién vamos a dejar morir?.
–¿A quién vamos a dejar morir? parte de una cuestión que ha vuelto a saltar a escena: la universalidad de la sanidad.
-No todo el mundo tiene la conciencia de que la sanidad es un sistema humanista. El tema de qué asistencia priorizamos y con qué recursos siempre está ahí, pero no se puede convertir el estatus socioeconómico en la variable. Menos legítimo todavía es el discurso que hace bolsas no merecedoras de la asistencia. Nuestro sistema es bueno y sostenible porque es inclusivo, no a pesar de que sea inclusivo. La asistencia universal es, de hecho, uno de los factores que impulsa a los sistemas sanitarios, en absoluto un freno.
-Define la relación público-privada en sanidad como un sistema fagocitador, no colaborador.
-El consejero delegado de una empresa como Fresenius ha llegado a decir que los ingresos que obtenían del lado público eran mucho más rentables que los del privado. La sanidad privada obtiene de la pública una estabilización de sus beneficios a largo plazo. Mientras, ese dinero destinado a la privada, la pública pierde ocasión de invertirlo en infraestructuras para poder prestar, precisamente, más asistencia.
-En esa línea, la atención primaria es la principal víctima.
-A la hora de hacer frente a los recortes, la atención hospitalaria tiene un alto potencial: eso es lo último que vas a tocar, pero el capital humano es bastante recortable. Sin embargo, la atención primaria es la asistencia más cercana a la población, y debe ser eficiente y equitativa. Sus principales usuarios son enfermos crónicos y personas mayores: su pervivencia es pura apuesta política.
-Está esa imagen clásica: la del médico generalista que se encoge de hombros cuando se protesta por las listas de espera.
-No hay mayor enemigo para el sistema público que su mal funcionamiento. En la misma dinámica de funcionamiento del sistema están las listas de espera, para las que precisamente entra como salvador lo privado.
-¿Por qué empujar a la población a pagar por servicios sanitarios? Si lo que se quiere es impulsar el consumo, la salud es la sanguijuela del ahorro.
-Precisamente, los sistemas sanitarios públicos surgen tras la II Guerra Mundial para, más allá de los beneficios sociales, asegurar que la mano de obra esté sana y disponible, y para que la población retenga una parte de su ahorro. A día de hoy, un sistema como el de Estados Unidos resulta disfuncional para el sistema económico en general, con un impacto excesivo en la economía de las familias. No creo que caminemos hacia un sistema estadounidense, pero sí que va a haber un aumento de la privatización: en muchos casos, quienes tendrían que pagarse médico serían precisamente aquellos a los que el sistema no atendiera.
-Estar sano se va convirtiendo cada vez más en una responsabilidad individual, a un nivel suprahumano.
-El cuidarse está implantado en el imaginario colectivo, pero diría que el nivel de responsabilidad está poco delimitado. Elegir un yogur se ha convertido en un «qué enfermedad quieres evitar»: colesterol, falta de calcio, carencia de vitamina D… Cuando, más que de sistemas de prevención deberíamos hablar de sistemas de promoción: intentar construir la salud a nivel social.
-Por ejemplo.
-Por ejemplo: se puede hacer un programa de prevención de la bronquitis crónica por el aumento de contaminación con análisis de detección precoz. Una medida de promoción sería evitar que los coches entraran en la almendra de las ciudades, o rediseñar de forma que desplazarse en bici o a pie no sea una agonía. Uno suele pensarse en negativo; el otro, en positivo y, además, suele ser útil para evitar otro tipo de enfermedades.
-Medicina 4P: primera vez que escucho el concepto.
-Personalizada, preventiva, predictiva, participativa. Es lo que se concibe como nueva medicina, y está muy en boga dentro de las vanguardias de salud. Tras el descubrimiento del genoma, parecía que se abría un nuevo campo que ponía el foco en la medicina personalizada. Pero esta individualización de la salud y de la atención abriría un enorme nicho de negocio: cada uno de nosotros tendría una patología única, la nuestra. En el sentido de que somos únicos y no comparables con nadie: venderían la opción de atajar justo nuestro talón de Aquiles.
-Nunca habría pensado que el relativismo llegaría tan lejos.
-Puede tener su utilidad en algunas cosas, algunos tipos de cáncer y otros cuadros. Pero un concepto de generación de salud desgajado de contextos sociales, que no están para nada incluidos en el discurso de esta medicina, es tremendamente peligroso. La 4P no daría espacio a la posibilidad de una salud pública frente a la potencia de la hiperindividualización.
-Proclama la necesidad de un Public Health New Deal.
-La políticas de salud pública necesitan un giro de tuerca: hay que abrirlas a políticas del entorno y de condiciones de vida saludables.