Si no se ponen límites al consumo de recursos y a los residuos generados por las multinacionales, el resto de acciones puntuales bienintencionadas caerán en saco roto
Reduce el consumo de carne, deja de usar el coche privado, recicla y reutiliza. Que si quiere bolsa, señora. No, gracias, ya llevo una de tela.
Frenar la emergencia climática está en nuestras manos, nos cuentan, en todas esas pequeñas acciones y renuncias cotidianas. Resuena aquello de que vivíamos por encima de nuestras posibilidades, que tanto nos repitieron durante la última gran crisis para convertirnos en los responsables últimos de una burbuja que estalló en mil pedazos.
No me entiendan mal, limitar nuestro consumo personal, renunciar a los envases, coger menos aviones y optar por alimentos de proximidad son medidas importantísimas, muy necesarias. Pero es urgente e imprescindible que se produzca un cambio radical en el modelo económico, que incorpore criterios ecosociales a los indicadores que miden la actividad de las grandes empresas. Si no se ponen límites al consumo de recursos y a los residuos generados por las multinacionales, el resto de acciones puntuales bienintencionadas caerán en saco roto. Esto solo se para cambiando el sistema.
¿Nos quedaremos en el camino bailando ante los cantos de sirena de las mismas élites económicas que han generado esta situación?
Permítanme que me explique empezando por dos dependencias absolutas que son una lección de humildad para nuestra especie.
La ecodependencia es la necesidad absoluta del ser humano de utilizar los bienes naturales a su alcance. Hablamos del petróleo, el ciclo del fósforo, la fotosíntesis, el ciclo del agua. Estos bienes y procesos, aunque no puedan producirse de manera artificial, sí pueden sufrir alteraciones que repercutan en su estado. Puede ser mediante su agotamiento por tratarse de recursos finitos, por la alteración de su ciclo que evite generar el recurso al ritmo de su consumo o por la alteración derivada de los procesos bioquímicos que generan los residuos producidos. Si abusamos de ellos, se acaban o su generación se ralentiza.
La segunda es la interdependencia. Y no es otra cosa que la necesidad que todas y todos tenemos de nuestros congéneres, nos hace falta que nos cuiden y en algún momento nos toca cuidar. Esta dependencia es especialmente importante en la niñez y la vejez, etapas en las que nuestra supervivencia depende de las tareas de cuidado de otras personas, muchas veces mujeres que no reciben remuneración por ello o, si la reciben, es de forma totalmente precaria.
Y ahora llega la soberbia, esa que luce un sistema económico que obvia los límites naturales. Produce, destruye y desecha a un ritmo desbocado acelerando el agotamiento de esos recursos naturales de los que dependemos, alterando los ciclos bioquímicos de nuestro planeta y afectando directamente a nuestra salud. Hace como si la ecodependencia no existiera.
Y al mismo tiempo el sistema lo subordina todo a los ciclos económicos, despreciando las tareas de cuidados que son esenciales. Olvida la interdependencia.
Hace falta contextualizar los grados de responsabilidad directa del consumo indiscriminado de recursos de nuestro planeta, de las emisiones producidas y de la alteración de los metabolismos del mismo. Y los datos son claros: el 71% de las emisiones globales de Gases de Efecto Invernadero (GEI) desde 1988 son producidos por únicamente un centenar de empresas. Entre ellas, China Coal, Saudi Aramco, Gazprom, National Iranian Oil, ExxonMobil Corp, Coal India. En nuestro país, las 11 empresas que más GEI producen son responsables del 25% de las emisiones. No les sorprenderá saber qué empresas son y seguro que identifican claramente su encaje en los grupos de poder que representan: Endesa, Repsol Naturgy, EDP, Arcelomittal, Cepsa, Viesgo, Iberdrola, Cemex, Lafarge-Holcim y Cementos Portland.
Las grandes multinacionales han incorporado a su lenguaje comercial y a sus memorias anuales palabras como sostenibilidad, ecológico o bio
Los datos de la emergencia ecosocial son contundentes. Ya son minoritarias las posturas negacionistas de esta crisis y sus consecuencias climáticas. Además, estamos inmersos en un nuevo proceso de adaptación. Las grandes multinacionales han incorporado a su lenguaje comercial y a sus memorias anuales palabras como sostenibilidad, ecológico o bio. Términos que se vacían de significado si no se toman medidas contundentes.
Llega el turno de responsabilizar de manera directa a la mayoría social, a ti y a mí. Tómate el zumo sin pajita, compra el cepillo de dientes de bambú y usa este nuevo coche que salvará tu vida. Bienvenidas al capitalismo verde, que inunda el tejado del consumidor final de nuevas necesidades y modas sobre la construcción de un supuesto consumo responsable. Eso sí, sin tocar su margen de beneficio, sin que su rentabilidad se vea afectada y sin que la reducción de su huella ecológica y social vaya a mermar su cuenta de resultados, sin plantearse, como deberían hacer, el restringir y controlar la producción.
Sin un cambio radical en el modelo económico, sin incorporar criterios ecosociales a los indicadores que midan la actividad de estas grandes empresas, sin poner límites al consumo de recursos y los residuos generados; el resto de acciones puntuales bienintencionadas caen en saco roto.
No queremos bolsa, pero tampoco queremos que nos responsabilicen de una crisis sistémica.
Los cambios necesarios a abordar van mucho más allá de acciones individuales. Deben pasar irremediablemente por un cambio del sistema económico hacia un modelo ecosocial donde no tengan cabida las prácticas abusivas sobre nuestro ecosistema ni sobre las personas que vivimos en él. No se trata de un alegato utópico sobre nuestro futuro. Es un llamamiento a que estemos preparados y preparadas para enfrentarnos a la oleada de mensajes de las élites económicas en los que nos alertarán del radicalismo de las propuestas para una transformación ecosocial a la vez que nos señalarán el camino que debemos tomar. Porque ese camino será el que mantenga sus intereses intactos, el que aplace durante algunos años las consecuencias más drásticas del colapso ecológico y el que nos lleve a una nueva oleada de crisis. Otra más.
¿Están preparadas nuestras sociedades para enfrentarse a la necesaria transformación? ¿Nos quedaremos en el camino bailando ante los cantos de sirena de las mismas élites económicas que han generado esta situación? ¿Somos conscientes de los ineludibles cambios que debemos exigir a los verdaderos responsables de esta situación?
Por mi parte, confío plenamente en la toma de conciencia colectiva. Que seamos conscientes del poder global que tenemos para transformar nuestro planeta. Que tomemos los mandos de la transición energética y económica que necesitamos.
Este viernes estaré no sólo protestando por la falta de decisiones valientes que enfrenten la crisis en la que estamos inmersos. Estaré también feliz por la lucha compartida y con la confianza de que un modelo ecológico y social, que ponga por encima de cualquier criterio macroeconómico las condiciones de vida de todos y todas, es posible.
Que nuestra reivindicación nunca cese.
Samuel Romero Aporta es ingeniero y ecologista.