Las huelgas de nuestras abuelas (V)
El #MeToo de las precarias: huelgas contra el acoso sexual en el trabajo
En septiembre de 2018, trabajadoras y trabajadores de McDonald’s salieron a la huelga en 10 ciudades de Estados Unidos para protestar contra el acoso sexual. Era la primera gran huelga a escala nacional por un tema como este. Las organizaciones sindicales y activistas se inspiraron en el #MeToo y exigieron la implementación de protocolos para denuncias de acoso sexual.
Pocos días después, las conserjes y limpiadoras de la ciudad de California se manifestaron en las calles, iniciando un movimiento contra los abusos sexuales en el ámbito laboral. “Cuando miras al movimiento #MeToo… no están asumiendo la pobreza y no están asumiendo la inmigración. Y esos son los dos problemas principales que estas mujeres enfrentan todos los días”, afirmaba en una entrevista Lilia García-Brower, líder de una organización que aborda la explotación laboral de las mujeres migrantes. Género, clase, migraciones y racismo: una combinación de opresiones, pero también un cóctel explosivo para encender una nueva oleada de luchas de las mujeres.
El acoso sexual en el trabajo es una de las formas de violencia sexual más frecuentes, pero también de las menos denunciadas en el mundo. Las mujeres ocupadas en el rubro de bares y hostelería están en el top de las que más padecen este tipo de acoso, al punto que se lo considera parte de la “cultura laboral” –como si una tocada de culo viniera en el contrato–. Pero lo mismo ocurre en otros sectores: algunas de las trabajadoras que más enfrentan este tipo de situaciones son limpiadoras, cuidadoras, trabajadoras agrícolas y enfermeras.
En una encuesta a trabajadoras del campo en Estados Unidos, el 80% de las entrevistadas aseguró haber soportado agresiones de este tipo. En la cosecha de frutas y verduras de las fincas de California son muy frecuentes las violaciones a mujeres inmigrantes indocumentadas, al igual que sucede entre las recolectoras de la fresa en el campo andaluz o en la recogida del tomate en el sur de Italia. El temor de ser deportadas convierte a estas mujeres en un blanco fácil para que supervisores y jefes piensen que pueden acosarlas. En los meses siguientes a la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, las denuncias de acoso sexual por parte de mujeres latinas disminuyeron un 25%, pero no porque se hubieran reducido los casos reales, sino por el miedo a la policía.
Según el informe Acoso sexual y mujeres migradas, en el Estado español hay más acoso sexual hacia aquellas trabajadoras que dependen exclusivamente de su salario para subsistir (principal sostén del hogar) y entre las que tienen un contrato temporal de trabajo. La precariedad laboral favorece una mayor incidencia de este tipo de violencia machista. Estos condicionantes materiales se multiplican en el caso de las migrantes, donde una situación legal irregular –promovida por las Leyes de Extranjería– agrega vulnerabilidad.
Las cuidadoras y trabajadoras del hogar son un sector altamente feminizado y racializado en los países occidentales. Según un estudio realizado en el País Vasco, el 24% de las mujeres declaraba que, al momento de solicitar un trabajo, quienes respondían a su solicitud les decían que sus tareas incluían la realización de algún tipo de trabajo sexual para los hombres que tenía que cuidar. Entre las mujeres que reconocían haber sufrido acoso sexual, el 65% eran internas. “El señor que me contrató para limpiar la casa ofreció pagarme más si me quedaba con él”; “el abuelo al que cuidaba hablaba de mi cuerpo con cierto morbo”; “el hijo de donde trabajaba llegó a entrar a mi habitación”, “eran insinuaciones a toda hora”, son algunos de los testimonios. Pero las denuncias de las trabajadoras del hogar están empezado a escucharse cada vez con más fuerza; este sector ultra precario y racializado está avanzando en su autoorganización mediante plataformas en varios países. Estas asociaciones también son parte de la nueva oleada del movimiento feminista, aunque sus denuncias no brillen bajo las luces de Hollywood.
En su libro Apuntes sobre la violencia de género, la socióloga Raquel Osborne señala que la violencia de género en el ámbito de las familias o la pareja está asociada con el ejercicio del poder y con la idea de la ‘propiedad’ de las mujeres en la familia patriarcal. Pero si esto sucede así en general, esa noción de propiedad sobre las mujeres se refuerza cuando media una relación laboral, ya que jefes y supervisores actúan de hecho como dueños de las trabajadoras, de su tiempo y de sus cuerpos.
El 12 de abril del 2019, las trabajadoras del turno tarde de la planta alimenticia Mondelēz/Kraft Foods de Argentina impulsaron un paro de dos horas y una asamblea en solidaridad con una compañera que había sido víctima de violencia de género. Un centenar de trabajadoras junto con sus compañeros pararon la producción y grabaron un video de solidaridad, que subieron a las redes sociales con el hashtag #NoEstasSola. A su compañera le dijeron: “Como verás estamos todos acá reunidos, todos tus compañeros, tus amigas, toda la gente que te quiere. Esto es solamente para que sepas que no estás sola, que todos te apoyamos”. Lorena Gentile, trabajadora de la fábrica, aseguró que el objetivo de la protesta era que el sindicato se pusiera al frente para dar apoyo a las trabajadoras que sufren violencia de género y que después tienen que ir a trabajar escondiendo las marcas de los golpes. Este emotivo ejemplo muestra la fuerza potencial de las mujeres trabajadoras cuando la lucha contra la violencia de género es integrada como parte de la lucha de clases.
A largo de la historia, las mujeres protagonizaron importantes huelgas laborales y también desplegaron una gran combatividad en la esfera de la reproducción social que conecta el hogar con el barrio y el lugar de trabajo. Históricas huelgas de inquilinas contra los alquileres abusivos, luchas contra los desahucios, ocupaciones de tierras, protestas para acceder a servicios como el agua o el transporte, boicots en los mercados contra el aumento del precio de los alimentos, manifestaciones masivas, comités de mujeres de apoyo a huelgas obreras, etc. En la actualidad, con un 40% de la fuerza laboral mundial feminizada y con una alta racialización de los trabajos más precarios, no es posible pensar el género sin clase y diversidad, ni mucho menos definir una estrategia anticapitalista sin tener en cuenta cómo articular una lucha común contra todas las opresiones y la explotación.