La ola reaccionaria que se ha instado en el gobierno de países tan importantes como Estados Unidos, Rusia, Italia, Brasil, una gran parte del centro de Europa o Turquía; ha sacudido también en las elecciones andaluzas del pasado 2 de diciembre donde VOX ha obtenido 12 diputados autonómicos, además de propiciar un corrimiento del mapa político hacia la derecha conservadora.
Las personas que llevamos años implicados en la lucha sindical y el activismo social nos sentimos, obviamente, afectados por esta nueva situación. Pensar que estos fenómenos políticos son ajenos a nosotros, sería algo así como vivir en un mundo irreal.
Desde hace años, al menos dos o tres años, hemos escuchado como en nuestros centros de trabajo, en nuestros barrios de la periferia o del centro de Madrid, en los comercios en los que compramos, en los bares en donde alternamos con nuestros vecinos y vecinas, se estaba produciendo un movimiento profundo hacia un descontento que se estaba canalizando a través de ideas retrógradas. Ideas que buscaban culpabilizar del paro o de la falta de ayudas a los inmigrantes; en lugar de los verdaderos culpables que son los que tienen el poder y los medios económicos. Hablar de los derechos de las mujeres era, a veces, mentar a la “bicha” y ya no digamos, cuando en los informativos se hablaba del conflicto catalán.
Durante estos años el sufijo mas usado ha sido “fobia”, fobia a los inmigrantes, fobia a las feministas o homosexuales, fobia a los catalanes. El retroceso ideológico ha ido en paralelo con la desmovilización social.
Lo que ha pasado el 2 de diciembre en Andalucía no ha caído del cielo, es el resultado de una crisis económica de diez años que ha sacudido a las clases y grupos sociales más humildes e indefensos. Las políticas de la Unión Europea y de los gobiernos del PP y PSOE han provocado una enorme desigualdad social, desempleo, angustia y desesperación; y ninguna otra fuerza política, sindical o social ha sido capaz de derrotar tales políticas. La otra “fabrica” de descontento (muy bien utilizado por la derecha y ultraderecha española), ha sido el conflicto de Cataluña, donde el mensaje unívoco ha sido “los catalanes tienen la culpa”. Un sector importante de las clases medias y de la pequeña burguesía se han ido volcando -cada día más- hacia las formaciones que como VOX, Ciudadanos o el PP, abrazaron la bandera española como símbolo patrio.
Algunas personas, hoy, podríamos decir : “ya lo veíamos venir”; pero ¿vale de algo?. Absolutamente de nada. Otra cosa es lo que percibíamos a diario sobre el terreno.
¿Por qué hemos estado tan ciegos a las múltiples señales que desde la sociedad, la política, el ocio o la cultura nos estaban haciendo? Pongamos algunos ejemplos.
La sociedad como la tierra que pisamos tiene una capa exterior y un sustrato; éste, también nos emitía señales inequívocas (y las seguirá emitiendo): las asociaciones de distinto tipo se estaban pronunciando y lo seguirán haciendo cada día con más fuerza. Nos referimos a la Iglesia católica y sus fracciones más conservadoras (antiabortistas) como los kicos o el Opus (¿acaso no jugó un papel relevante en la elección de Bolsonaro la iglesia evangelista brasileña?); los colegios religiosos, las asociaciones taurinas y de caza que agrupan a millones de hombres armados y cabreados con las políticas regulacionistas, con los ecologistas y animalistas (¿acaso no jugó también un papel relevante en la elección de Trump la asociación del rifle en los Estados Unidos?). Las terribles hinchadas del futbol integradas por miles y miles de hombres jóvenes con estructura militar, muchos símbolos nazis y naturalmente machistas. ¿Acaso no es todo esto -junto con lo que decíamos al comienzo- un caldo de cultivo para el desarrollo de la ultraderecha?
Ante todo esto no es posible mirar hacia otro lado y dejar de responder. Seríamos cómplices y responsables de lo que pueda suceder. Las gentes que, sin estar en política directamente, pero que sí estamos involucrados con la lucha social y la de las trabajadoras y trabajadores, estamos obligados a dar un paso al frente. Es necesario desde ahora mismo hablar y hablar de esto con nuestras compañeras y compañeros de trabajo, en los barrios y pueblos; es preciso organizar espacios de encuentro donde podamos converger todas las gentes que defendemos los derechos de las clases trabajadoras, de los inmigrantes, de las feministas y homosexuales; los que defendemos a los animales de la caza por el simple ocio o al medio ambiente bestialmente amenazado por las políticas de estos populismos de ultraderecha (el ejemplo más claro ahora es la posición de Trump ante el cambio climático o de Bolsonaro con la selva Amazónica); los que defendemos un modelo cultural frente a la industria del ocio y de la mercantilización capitalista.
Igual que existe un potencial ultrareaccionario también existe un potencial igualitario, solidario y democrático que lo formamos millones de personas, mujeres y hombres que estamos activos frente a una situación que vemos cada día con mayor preocupación y que no queremos que se parezca a esas películas sobre la distopía de ciencia y ficción.
Es necesario explicar que es posible desarrollar otras formas de vida, sin explotación, igualitarias entre mujeres y hombres, entre nativos y extranjeros, permitiendo que cada cual pueda organizar su vida sin límites ni represiones y en armonía con la naturaleza. La ultraderecha no defiende un modelo social al servicio del pueblo, ni las “ancestrales costumbres nacionales” frente a las “modas cosmopolitas”; defiende una sociedad basada en la desigualdad social, la opresión, la violencia, la discriminación y el abuso a la naturaleza.
El movimiento feminista actual es un ejemplo, pero también el movimiento de LGTB, las organizaciones de inmigrantes, los mayores con su lucha por un sistema público de pensiones, la enorme sensibilidad que existe en la juventud por la defensa del medio ambiente, e incluso los que, aún viviendo en España hoy querrían un estado propio.
Es posible derrotar políticamente a la ultraderecha, pero no con falsos pactos “constitucionalistas” que no harían sino acrecentar su fuerza social. Hay que ganarla en las calles, en la batalla ideológica y en las urnas, desde abajo hacia arriba, desde las organizaciones de clase y movimientos sociales. Los estudiantes en Andalucía ya se han puesto en marcha al grito de ¡No al fascismo! Sigamos su ejemplo.
Miguel Capapey, Javier Cordón y Jesús Jaén
Diciembre de 2018