Todo lo relacionado con el escándalo y dimisión de Cristina Cifuentes, lo resumiría en pocas palabras: sensación de impunidad. Esta constante, presente desde hace ya muchos años, demasiados sin duda, ha socavado la idea de que la ley impera para todas las personas de la misma manera y con la misma firmeza. La población madrileña sabe de sobra que esto simple y llanamente no es verdad. El engaño y la estafa no son delitos para algunas personas y organizaciones. Lo tiene que demostrar la justicia amiga.
Da igual el no-máster, da igual el video traicionero. Nuevamente, el escándalo por falsedades y comportamientos cutres, aunque sin duda importantes, difuminan y alejan la atención sobre las razones, más profundas sin duda, para una dimisión, como son por ejemplo la destrucción de la sanidad y la educación públicas. En este sentido, las consecuencias políticas llegan tarde.
Es la oportunidad de dejar de ser gobernados por un partido y un gobierno atrincherado, a salvo de pagar por sus fechorías. Es el momento de quitarnos de encima a una manera de gobernar impresentable más allá de su antisocial modelo político. Una manera chulesca, autosuficiente, incontrolada, irritante y despreciativa para los que piensan que no se puede dejar sin algún tipo de consecuencia las trampas y la continua demostración de que hagan lo que hagan, da igual, se mantendrán en la impunidad más absoluta. Es el momento de alejarnos cuanto antes de ese moho que impregna al gobierno de la Comunidad de Madrid, un gobierno podrido, infectado, pasado de fecha y con mal olor.
SI después de todo esto, el Partido Popular, con o sin su marca blanca, sigue gobernando la Comunidad de Madrid, lo seguirá haciendo durante varias legislaturas. Sería imperdonable que los políticos y la ciudadanía llamados de izquierdas, no diéramos un paso definitivo para quitarnos a este enorme moho de encima. Es posible que nos hayamos infectado.
La política es lenta y encorsetada, es desesperante.
Luis Fernández