La Atención Primaria de Salud es un espacio privilegiado de relación con personas de (casi) todas las edades, procedencias, géneros, clases sociales, ideologías… También de constatación del sistema patriarcal de género que nos atraviesa a todas.
Por Patricia Escartín
“Hay días que creo que ya no puedo más”. Lo dice Pilar, al despedirse. Cuidadora de su padre, completamente dependiente. De su tía, “semi-válida”. De su marido, de sus hijos. Tres años estuvo sin apenas salir de casa, al cuidado de su madre, hasta que esta falleció.
“No, doctora, no me puede dar la baja, no tengo contrato. Ya aguanto”. Graciela trabaja como interna en un domicilio particular. Cuida, limpia, cocina, todo. Todo para mandar dinero para su casa, al otro lado del océano.
—¿No está el doctor hoy, que han dejado a las chicas?
—No, no nos ha dejado a las chicas. Hoy le atienden dos médicas. No se quejará… —médica sustituta y médica residente suspiran. Sonríen displicentes. Una más… Otra más…
“Ay, no doctora, eso de las medicinas y las visitas a los especialistas se lo pregunte a mi mujer/madre/hermana, que es la que lo sabe”. Mariano tiene 70 años. Jesús, 20. José Luis, 81. Ninguno, nunca, se ha hecho cargo de nada en casa. “En casa las que mandan son ellas, jajajaja”.
“Estoy desbordada. ¿Te puedes creer que ahora no solo cubrimos entre dos lo que antes hacíamos cuatro, sino que si faltan de otras plantas también me toca a mí? Pero ¿qué se cree esta empresa, que somos máquinas? ¿Pero no se dan cuenta de que no llegamos a todo? Cada día peor…”. Pilar sigue con la fregona en una mano, las bolsas de basura en la otra y suspirando por el pasillo.
“Le traigo el informe de urgencias. Al final, hija mía, tu compañera tenía razón, que no era ansiedad, ¡que era un infarto! Y yo dejando todo apañado en casa antes de venir…”. Esas “ansias”, esa “mala gana” de Mª Carmen y que a Maite, su enfermera, no le parecía muy normal, en efecto no lo era. Era un caso más de cardiopatía isquémica en una mujer, cuya clínica difiere en muchas ocasiones de lo que enseñan los grandes tratados de la Medicina y cuyo diagnóstico y abordaje es desigual en mujeres y hombres, generando en ellas un peor pronóstico.
Todas son historias reales. De las que se ven y escuchan a diario en cualquier centro de salud. Hay quien pensará que son extractos muy seleccionados, pero no. Tampoco son los casos más extremos, en absoluto. Hay historias mucho más duras en torno a la violencia, la crianza, la sexualidad, la pobreza, la exclusión social, la soledad… que darían para un libro (o varios).
Sí, también hay historias de hombres cuidadores de sus mayores dependientes, cada vez más padres jóvenes responsables a partes iguales de la crianza, profesionales que incluyen la perspectiva de género en su práctica habitual… Es muy ingenuo creer que sea lo normal.
El sistema patriarcal de género nos atraviesa a todas. A día de hoy, ser consciente de ello no es generalizado entre las personas usuarias y trabajadoras
La Atención Primaria de Salud es un espacio privilegiado de relación con personas de (casi) todas las edades, procedencias, géneros, clases sociales, ideologías… También de constatación del sistema patriarcal de género que nos atraviesa a todas. A día de hoy, ser consciente de ello no es generalizado entre las personas usuarias y trabajadoras. Considerar el género como uno de los principales determinantes de las desigualdades sociales en la salud, tampoco.
Este 2018, la Comisión 8 Marzo del movimiento feminista nos ha convocado a una huelga feminista. Una huelga que trasciende lo productivo (lo que identificaríamos como los paros laborales) y que se dirige también al resto de nuestras esferas vitales: los cuidados, el consumo, la vida estudiantil y asociativa.
No me siento legitimada para escribir sobre el proceso que están llevando a cabo miles de mujeres para que esta huelga sea una realidad, por no poder participar activamente hasta la fecha. Sí comparto plenamente este deseo de trasladar del imaginario colectivo a la realidad ese cambio de foco, en el que esas desigualdades y precariedades se hagan visibles, como un primer paso para encontrarles solución. Ese deseo de transformación radical de la sociedad, de la cultura, de la economía, de las relaciones. Ese mostrar al mundo que sin las mujeres ni se produce, ni se reproduce.
¿Qué lugar ocupa la salud en la agenda feminista? ¿Qué papel jugamos las profesionales de la salud en el movimiento feminista? ¿Tiene sentido que difundamos y apoyemos la Huelga Feminista?
¿Qué lugar ocupa la salud en la agenda feminista? ¿Qué papel jugamos las profesionales de la salud en el movimiento feminista? ¿Tiene sentido que difundamos y apoyemos la Huelga Feminista?
En un sistema sanitario feminizado como el nuestro, ¿qué pasaría si las mujeres —todas: médicas, enfermeras, auxiliares, limpiadoras, celadoras, administrativas, trabajadoras sociales, fisioterapeutas, etc.— parásemos? ¿Qué pasaría si todas las mujeres invisibilizadas como Pilar, Graciela y tantas otras dejasen de cuidar y pudiesen salir a la calle a reivindicar sus derechos? ¿Qué pasaría si Mariano, Jesús y José Luis asumiesen por fin su labor de cuidados, consigo mismos, pero también con su entorno? ¿Qué pasaría si en el sistema sanitario tomásemos conciencia, por fin, de esas diferencias en la salud entre hombres y mujeres que son injustas, sistemáticas y evitables?
Encontrar motivos para apoyar la huelga feminista no parece un ejercicio complicado. Al menos si tenemos en cuenta las quejas habituales sobre la ausencia de mujeres en congresos o espacios de decisión del mundo sanitario; o si integramos esa visión de género en nuestro quehacer; o si sufrimos la precariedad laboral; o si nos hemos sentido maltratadas en algún momento dentro del sistema sanitario; o si queremos apoyar a nuestras compañeras en sus reivindicaciones; o si queremos cambiar los roles y empezar a cuidar.
En tiempos de recortes de nuestra sanidad cada vez más sangrantes, al menos aún no nos recortaron el derecho a soñar: ¿por qué no una huelga feminista por salud? ¿Y si la hacemos realidad?
Fuente: El Salto