No soy independentista: creo que las fronteras solo benefician a unos pocos. No soy catalana, nací en Madrid y aquí sigo viviendo. Eso es una cosa y otra bien distinta es que sí creo firmemente en el derecho a decidir de los pueblos.
Creo en la democracia, que no es lo mismo que creer como artículo de fe en la Constitución del 78.
Creo en la legalidad, en el imperio de la ley, que no es lo mismo que pensar que la ley es un imperio que deba imponerse por la fuerza, sino que todos los poderes públicos tienen que estar sometidos a ella y al derecho. Cuando es justa.
Creo que todos y todas somos iguales, con nuestras diferencias, que no existe un “nosotros” por lo que me da escalofríos la frase de “A por ellos”.
Así que estoy espeluznada por lo que está sucediendo en este país. Ver a los senadores del PP de pie, aplaudiendo la aplicación de un artículo 155 (que no dice mucho, por cierto y que, para su desarrollo, solo necesita una ley ordinaria, ni siquiera una ley orgánica, porque no se pensó que fuese un artículo que hubiera que aplicar y que, por lo tanto, pudiera restringir derechos fundamentales) que en su desarrollo iba a eliminar el derecho a la autonomía de facto de un país sediento de independencia, cesando al gobierno catalán en pleno e interviniendo toda su administración. Me parece que, igual que sucedió con la guerra de Irak, el PP declaró ayer la guerra a los dos millones de independentistas que hay hoy en Catalunya revistiéndolo de un aire democrático: elecciones el 21 de diciembre. Unas elecciones que, ya me dirán cómo, se plantea que serán libres con una ocupación de facto de toda Catalunya.
Hasta ahora yo estaba viendo todo este proceso con preocupación porque está sirviendo al Gobierno del PP para correr una cortina de humo sobre la situación real del país (corrupción, retroceso de las libertades, precariedad laboral, recortes que ya anunció Montoro para el próximo ejercicio económico, y un larguísimo etcétera) y al Govern de Junts pel Si para no plantearse un modelo de estado que acarrea parte de los problemas del central y que no se cuestiona en aras de la independencia.
Pero a partir de ayer las cosas han cambiado radicalmente y mi punto de vista también: el 155 es un aviso a navegantes y es acabar con lo que queda (como dice Rosa María Artal en su columna de hoy en El Diario) de la movilización, del 15M, de la crítica social. También advirtieron hace escasos días al gobierno vasco de que reunían las mismas condiciones que el catalán para aplicarle otro 155. Con la ayuda del PSOE y Ciudadanos (muy beligerantes durante todo el conflicto, ofreciendo gobiernos de concentración dirigidos por ellos) y la clá habitual del PP se ha aprobado dar un volantazo, un giro a la derecha y acabar con el diálogo como forma de solucionar los conflictos y sustituirlo por la represión descarnada, por la imposición.
Pero lo que más me asusta de todo esto es el apoyo social a Mariano Rajoy: ver cómo en balcones de los barrios populares de Madrid hay colgadas banderas españolas que están avalando la política del PP. Nadie cuenta las que no están, nadie cuenta que la población española estaba mayoritariamente en contra de la aplicación de este artículo de la Constitución de 1978.
Hay un antes y un después del 155 pero no solo para Catalunya. “El bloque constitucional” ya nos ha avisado de lo que puede hacer con el independentismo y con cualquier movimiento social que tome la calle y disienta del pensamiento único (aprobación de la Ley Mordaza).
La respuesta, como se gritó durante meses en la Puerta del Sol de Madrid: no tenemos miedo. O, por lo menos, no demasiado.
Elena Martínez