Tras rescatar a 6.500 de personas en un día: "No podemos seguir así, la UE tiene que abrir vías seguras"

Hablamos con algunas de los trabajadores humanitarios que participaron en el rescate de 6.500 personas en el Mediterráneo

«Tras el rescate el sentimiento es muy fuerte: es el momento en el que se dan cuenta de que, si lo hubieran sabido, no lo habrían hecho», describen desde MSF

«Vimos menores deshidratados, mujeres embarazadas, una mujer con una cesárea recién hecha… Esto es un drama», dicen desde Pro Activa Open Arms

rescate medicos sin froterasLa noche aún cubría las aguas internacionales cuando creyeron identificar una embarcación en el horizonte. Cerca de 700 personas los miraban desde aquel bote de madera. Entre todas esas caras de alegría, nervios y pavor, estaba la de una madre entre muchas madres y sus diminutos mellizos recién nacidos. Ellos fueron los primeros en ser rescatados mientras el resto esperaba su turno entre las aguas del Mediterráneo.

«Fue terrible, terrible», resume Oscar Camps, director de la ONG Proactiva Open Arms desde alta mar. «No esperábamos lo que vimos el lunes. Fue increíble, nunca había visto algo así…», describe Nicholas Papachrysostomou, de Médicos Sin Fronteras, desde el barco de rescate Dignity. Hablan con eldiario.es. después de salvar la vida a muchas de las 6.500 personas que fueron rescatadas en 40 operaciones en las que, además de ellos, participaron la Guardia Costera italiana y Frontex. La mayoría de supervivientes provenían de Eritrea y Somalia.

«Localizamos el primer bote a las cinco de la madrugada. Era una barco de madera. Había mucha gente en la parte interior, en el lugar más peligroso. Ellos lo sabían y estaban muy nerviosos», explica Óscar Camps desde una de las embarcaciones de rescate de la ONG que dirige.  «Fuimos conscientes de la dificultad del rescate: en esos momentos ves la fragilidad del equilibrio. Es tan fácil que escore el barco hasta volcar… Cualquier movimiento es un riesgo».

Decidieron esperar.  «Era muy complicado hacer este rescate con el viento de norte y sin luz. Así que esperamos a que amaneciese». Durante el tiempo en el que aguardaban la llegada del sol, trataban de hablar con las personas que ansiaban el fin de la angustia.

«Estuvimos charlamos con ellos. Teníamos dos embarcaciones, una a cada lado de nuestro barco. Unos tienen ganas de hablar, otros no… Les preguntábamos su origen, si habían bebido y comido, quién manejaba el barco, cuántas personas eran, cuántos menores. Esto nos sirve para tener un poco de información a la hora de empezar el rescate».

Incluso la entrega de chalecos puede complicarse en estos primeros momentos. «Teníamos que sacar a algunas personas antes de repartir todos los salvavidas. En estas barcas van tan, tan apretados que el mismo número de personas con chalecos no caben. El volumen aumenta y no caben dentro. Primero sacamos a los niños y a las mujeres, para que hubiese espacio», recuerda Camps, de regreso al puerto de Malta después de 15 días en el mar.

El rescate se alargó durante horas. «Había que hacerlo con cuidado para que no volcase y fuera un desastre. Si eso ocurre, las personas que estaban dentro, muchos menores, no tienen aire, quedan atrapados y se ahogan irremediablemente». Pensaron que sería el único y último del día, pero la llegada de embarcaciones se sucedió hasta las ocho de la tarde.

«Se nos acumulaban los botes. Vimos menores deshidratados, mujeres embarazadas, una mujer con una cesárea recién hecha que se había infectado, recién nacidos… Nunca había visto a tantos menores en un día de rescates», añade.

«Tras el rescate se dan cuenta del riesgo»

Desde el Dignity, el coordinador del proyecto de rescate de Médicos Sin Fronteras, Nicholas Papachrysostomou confirma la dificultad de estos rescates.  «La gente estaba muy nerviosa, para muchos es la primera vez que ven el mar, no tienen chalecos adecuados, la pérdida de vidas es tan sencilla…».

Ellos fueron quienes trataron a los dos mellizos y a su madre, que fueron evacuados debido al débil estado de salud de uno de los recién nacidos. «Estamos intentando saber cómo se encuentran pero de momento no conocemos su estado», señala.

Papachrysostomou también recuerda a otro de los más pequeños rescatados durante es fatídico lunes. Su padre lo sostenía en sus brazos cuando el riesgo por fin había acabado.

«Había salido de Eritrea junto a su esposa para empezar una nueva vida. Pero ella no estaba. Se ha muerto en Libia», lamenta el coordinador del proyecto de MSF. En este Libia, los migrantes sufren numerosos abusos por parte de los traficantes, que incluyen el encierro en sótanos en condiciones de hacinamiento sin agua ni comida suficientes.

«Los momentos posteriores al rescate siempre son caóticos. Los supervivientes no se pueden creer que ya están seguros. Es el momento en el que se dan cuenta de lo peligroso que fue lo que hicieron. El miedo del mar, la angustia, el cansancio se concentran. Eres capaz de ver esta desesperación «, describe Papachrysostomou.

«Todo eso se acumula y el sentimiento es muy fuerte: hay gente que llora, hay gente que reza. Siempre es fuerte, pero ayer hubo mucha, mucha gente. Es el momento en el que se dan cuenta de que, si lo hubieran sabido, no lo habrían hecho», apunta.

Desde Médicos Sin Fronteras insisten en la necesidad de ahorrar este riesgo a las miles de personas que huyen de sus países de origen.  «El trabajo de MSF no es hacer rescates en el mar, ni creemos que sea una iniciativa que deban tomar las ONG. Necesitamos asegurar que pueden llegar sin arriesgar sus vidas. Hay muchas herramientas que están a disposición de Europa, muchas cosas que podemos hacer. Pero no las hacemos», concluye.

Fuente: El Diario

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