- Hace tiempo que los profesionales de la sanidad griega se han organizado para mantener con dignidad y sin perder calidad el sistema sanitario, machacado por la crisis
- Lo logran gracias al esfuerzo de miles de personas anónimas que han perdido más del 40% de su salario y han doblado sus horarios de trabajo
Ana R. Cañil 03/07/2015
En Atenas hay un hospital oncológico, el más conocido de Grecia -aunque hay otros dos dedicados al cáncer en el país- que es motivo de orgullo para los atenienses. Se trata del Agios Sabras Santo Sabas, situado en la esquina de la Avenida Alexandras con Dimitsanas. Su estación de metro es Ambelopiki, a media docena de paradas de Syntagma. Los griegos saben que la mayoria de los profesiones de este centro contribuyen con su esfuerzo a mantener una red de asistencia paralela para atender a los más desfavorecidos, los que han quedado fuera del sistema o los que aun estando dentro de la Seguridad Social, no tienen ni un euro para pagar los medicamentos o seguir los tratamientos.
Hace tiempo que la capital griega está sembrada de desahuciados, no hace falta alejarse del centro, solo perderse por la plaza Omonia, cerca de Syntagma. Ya no son emigrantes, son griegos desesperados. Sus vidas han comenzado a interesar al resto del mundo, de verdad, desde hace unos pocos días, cuando el primer ministro Alexis Tsipras convoco el referéndum. El interés creció tras el corralito decretado el lunes. Seguir la asfixia del pueblo griego de cerca -no la de sus políticos ni de sus banqueros- es ahora una prioridad. Tienen la esperanza de que no sea demasiado tarde, pero está siendo una semana brutal.
«Estoy preparada para lo que nos pueda pasar al final de esta semana. Sé muy bien que las cosas van a ser muy difíciles y no me siento bien. Todos estamos agotados, pero no vamos a rendirnos ahora». Maria Kolofrantza es radióloga, tiene 40 años y lleva 17 peleando en el Agios Sabras y el Instituto Griego contra el cáncer, situados en edificios contiguos. Ha salido a fumar un cigarro, a tomarse un respiro en la larguísima jornada que ya lleva a su espalda. Son las tres de la tarde, ha empezado a las 7.30 y acabará a las diez de la noche. «No me han quitado gente, pero no renuevan las jubilaciones. Solo hoy tengo que radiar a cien personas, ¿cómo crees que me siento? Es una responsabilidad enorme, no me puedo equivocar. Pero llevamos así desde 2012 y lo último que haremos será dejar tirados a nuestros pacientes, a nuestra gente».
La charla con la doctora Kolofrantza tiene lugar fuera, porque el gerente del hospital, un tipo elegante, con camisa Ralph Laurent, manos con manicura y bronceado que sube por encima de la manga corta, explica que no puede dejar que los profesionales del hospital hablen sin el permiso del ministro de Sanidad. Hay que enviar el correspondiente email oficial para que él pueda conceder esa autorización. Las explicaciones tienen lugar en su despacho, mesa de caoba, tapete de piel verde, con la bandera de la UE y la griega a sus espaldas.
La decisión del gerente es la políticamente correcta, pero contrasta con la flexibilidad que durante toda la semana muestran los atenienses, deseosos de explicar al mundo, como sea, lo que les están haciendo y preguntar por qué. El ciudadano de a pie hace tiempo que no espera nada de Bruselas y de Alemania, «solo más dolor con lo que nos proponen» cuenta Manuel Taryki, un compañero de María que trabaja en la cocina del hospital desde hace quince años.
La frialdad y educada distancia del gerente tienen una explicación. En estos cinco meses de Gobierno de Tsipras, Syriza no ha tenido tiempo de sustituir al frente de las instituciones a los altos funcionarios de Nueva Democracia, a la gente de Samarás, el anterior primer ministro. El gerente es un hombre de Nueva Democracia. Quien debería ser ya nuevo delegado del ministro de Sanidad en el Agios Sabras está en una reunión urgente, montando el dispositivo de esta semana de corralito. Y de lo que se les viene encima, si el próximo lunes o martes se agota el dinero en los cajeros y a los miles de pobres se les suman los que no tienen euros para pagar en las farmacias.
Recortes en sanidad
«Los recortes que se hicieron en Sanidad en el primer periodo, del 2010 al 2012, incluso estaban justificados. Había despilfarro en muchas áreas, pero lo que ha pasado en los últimos años es insostenible. Nuestro sistema de salud está a punto de romperse, se mantiene gracias al esfuerzo de los profesionales, mis colegas están dando un ejemplo a lo largo de todo el país». El cirujano Evangelos Filopoulos es una autoridad internacional en oncología, sobre todo en el cáncer de mama.
Dirige el departamento de Mastología del Agios Sabras y ha salido para descansar media hora, tomar el almuerzo y dirigirse a otra consulta de la tarde. Como todos, está preocupado, pero no asustado. Y muy orgulloso de la respuesta de la sociedad civil griega, de sectores como el de la sanidad y de los organismos vinculados a las ONG, que les están ayudando. Tras beber agua, se aleja camino de otra consulta.
«No te lo va a decir, pero es una consulta a pacientes con menos medios, desahuciados», añade Tyrakis, que regresa a la charla con la radióloga.
Ambos dejan claro que van a votar no. Kolofrantza es rotunda. «Lo que nos ofrece Bruselas y Merkel es más de lo mismo, no podemos mas. Quieren echar a Tsipras y no piensan en nosotros, el pueblo. Si sale el no, que no significa salir del euro sino rechazar la austeridad que nos ha traído esta situación, tendremos unos años muy duros, pero podremos seguir adelante. Si sale el sí, será una catástrofe para la gente normal, los desfavorecidos. Mi sueldo se ha rebajado en un 40%, pero eso no es lo peor, lo peor es la tensión que vivo, porque mi trabajo se ha visto perjudicado. Llegar a las 7.30 y marcharme a la 10 (de la noche), bajo la presión de que no me puedo equivocar, es tremendo. Pero no soy yo sola, son todos los compañeros los que estamos haciendo lo mismo. El sistema sanitario se mantiene gracias a los grandes profesionales que tiene, estoy orgullosa de todos mis colegas, de arriba a abajo y viceversa». A la radióloga se le humedecen los ojos maquillados -es guapa y se cuida, está claro por su aspecto- apaga el cigarro y se vuelve adentro, no sin antes sonreír ante el comentario de su elegancia. Pobres, pero dignos hasta el último minuto.
Antonia y Cleopatra se ocupan de la recepción de los pacientes en Agios Sabras. Salen a hablar algo temerosas y piden que no haya fotos, pero una vez que están bajo la marquesina de la parte trasera del hospital, se despachan. «La situación de los enfermos no ha empeorado, pero gracias al trabajo de los profesionales, que nos dejamos la piel. Desde los doctores a los celadores. En los últimos años no se ha cubierto ni una sola baja, ni una sola jubilación y eso que este es un hospital símbolo en muchos aspectos, de referencia. Imagínate lo que sucede en otros centros», espeta Antonia, seria y muy cabreada con la situación.
Va a votar no por «dignidad, por el futuro de mis hijos», añade, mientras Cleopatra asiente a su lado. «Nos han rebajado los salarios un 40%, trabajamos más de nueve horas diarias y no llegamos a los 800 euros. Estamos en el oncológico desde hace 28 años», apostilla Cleo, volviendo la cabeza hacia atrás por si en algún momento sale el gerente que no les deja hablar dentro del hospital. Ni fuman ni quieren una botella de agua, solo que alguien les explique el por qué son ellas y sus pacientes, sus familias, quienes están pagando esta odisea.
Una de ellas añade lo que ya hemos oído muchas veces estos días en las calles de Atenas: «Ni soy banquera, ni soy política, ni soy vaga ni nunca he dejado de pagar mis deudas. Por qué nos hacen esto, a quién quieren que sirvamos de ejemplo», y se pierden tras las puertas correderas del hospital, apuntando con el dedo índice a la española que se queda fuera. De nuevo la imagen, la frase, castigan a los griegos para que los españoles, los portugueses, los italianos no sean malos.