PESADILLA EN LAS COCINAS
No vamos a hablar del programa de televisión del chef Alberto Chicote, sino de un problema realmente más dramático para cientos de personas que trabajan en la sanidad madrileña. Vamos a hablar de las cocinas de los hospitales de la Comunidad de Madrid.
Desde hace veinte años el personal de cocina, junto a otras categorías profesionales (personal de oficios) ha sido el que ha sufrido con mayor crueldad los recortes y privatizaciones en la sanidad. Muchas de ellas han pasado a manos de empresas privadas y, en donde se mantiene la titularidad pública, el grado de explotación ha ido en aumento.
Mientras las plantillas han ido menguando y envejeciendo los ritmos de trabajo han aumentado. Donde antes había dos pinches ahora hay una, donde la cadena ten ía diez ahora son cinco. Es verdad que todo eso es el resultado de una política general contra los sanitarios, pero en el caso de las cocinas es donde se han aplicado los ajustes más duros. No es por casualidad que más del 90 por ciento de los puestos de trabajo estén ocupados por mujeres y, en bastantes casos, por trabajadoras inmigrantes.
Trabajar como pinche en un hospital es un trabajo “deslucido”. El médico o la enfermera tienen sus “pequeñas satisfacciones” cuando comprueban por ejemplo que un paciente mejora, que se sana, que se va a su casa. Pero una pinche es una hormiguita trabajadora emplatando en las entrañas del hospital, pasando calor y moviendo enormes carros de comidas por los pasillos. Una pinche es una trabajadora “invisible”. A cambio, un sueldo aproximado de 850 euros al mes.
Pero no por ello son trabajadoras innecesarias, todo lo contrario. Sin ellas el hospital no sería lo mismo. Se tiende a sustituir las cocinas por catering cuando es bien conocido que una buena dieta es una de las mejores garantías para que el enfermo se recupere, como lo son los medicamentos o la rehabilitación.
Sin embargo corren tiempos donde lo que prima no es el servicio y la atención a los pacientes sino el “ahorro” (mejor dicho el ajuste). Un ahorro que es una falacia pues está comprobado que donde entran las empresas privadas se producen tres fenómenos simultáneos: baja la calidad, bajan los salarios y suben los beneficios del empresario.
La ley que el PP aprobó en la Comunidad de Madrid el 4 de julio del 2012 es la mejor expresión de esa filosofía. Se la conoce como decreto de extinción de las 26 categorías profesionales no sanitarias y supone la privatización de las cocinas y del personal de oficios. La ley no se pudo aplicar en todo su rigor en la medida que coincidió con el inicio de la Marea Blanca.
Ahora la señora Cifuentes ha prometido detener todas las privatizaciones. Vale. No nos lo creemos. Pero si de verdad quiere tener un gramo de credibilidad entre los trabajadores no sanitarios de los hospitales debería derogar de manera inmediata esta ley. Mandarla a la basura y desandar lo que hasta la fecha han venido haciendo los anteriores gobiernos de Ignacio González y Esperanza Aguirre.
La señora Cifuentes no es de fiar. No tenemos la más mínima confianza en su nuevo gobierno. Pero sabemos por experiencia que, a pesar de sus intenciones, muchas veces hemos cambiado el rumbo de las cosas. Hemos parado la privatización de los seis hospitales o la conversión de la Princesa en un geriátrico.
Ahora toca volverse a movilizar. Con las fuerzas de unos cientos de trabajadores no es suficiente. Hace falta agrupar en torno a ellos una movilización ciudadana y sanitaria. Nos afecta a todos y todas.
Con las cosas de comer no se juega.
Jesús Jaén miembro del MATS