Dani Sierra se niega a que lo cambien de habitación para evitar el cierre la planta 10 de Bellvitge
Al fondo de uno de los pasillos de la planta 10 del Hospital de Bellvitge, un par de enfermeras se apresuran a ordenar unos papeles en el mostrador de la unidad de traumatología. No hay mucho trabajo en el servicio. Todas las habitaciones permanecen vacías, las puertas abiertas de par en par y las camas mostrando el crudo somier. Solo un cuarto, el 1.010, tiene la puerta cerrada. Dentro de la estancia, parapetado en su cama, con la pierna escayolada en alto y una videoconsola sobre la mesa, Dani Sierra, de 18 años, se recupera del accidente de moto que sufrió hace un par de semanas. El joven es el último paciente que queda en la unidad 10.1, una de las áreas que el hospital pretendía cerrar dentro de la planificación prevista para el verano. “Desde el viernes pasado han venido a decirme que me tenía que ir, pero yo siempre he dicho que no. Esta es mi planta, en la que tengo que estar, y no me voy”, sentencia el joven.
En medio de una guerra abierta de trabajadores y usuarios contra la gerencia del Bellvitge y la dirección del departamento de Salud por el colapso de las urgencias y el cierre de camas en verano —el hospital prevé cerrar unas 200 plazas hasta septiembre—, el joven ha puesto una reclamación al centro por las “coacciones” que asegura haber recibido por parte de varias supervisoras de enfermería para abandonar la planta. “Me dijeron que me tenía que ir sí o sí porque las puertas iban a quedar cerradas. Me dijeron que no me traerían de comer ni sería atendido por los médicos si me quedaba”, explica. El hospital ha negado “categoricamente cualquier tipo de coacción por parte del personal” y ha asegurado que “no se dejará de atender a nadie”. Pero entre los usuarios hay desconfianza.
En los centros públicos, los pacientes pueden negarse a ser trasladados a otra habitación si así lo consideran y el hospital no puede obligarlos a cambiarse.
Dani Sierra asegura que, tras la reclamación, las coacciones continuaron. “Volvieron otra vez unas supervisoras a decirme que si mantenía la idea de quedarme, vendría alguien de dirección a sacarme, porque ellos sí tenían autoridad para hacerlo”, explica.
Por su parte, el centro ha insistido en que “no se amenaza a nadie” para que se cambie de cama y defiende que el traslado del joven es necesario porque el centro, que continuará adelante con el calendario previsto, prevé iniciar “obras de mejora” en la planta 10 de inmediato. De hecho, el viernes, ya habían comenzado. “Se harán las obras hasta donde se pueda. Al chico se preveía trasladarlo a otra cama de su propio servicio, el de traumatología, pero en otra planta. Si no se quiere ir, en esa habitación no se entrará”, explica un portavoz de Bellvitge.
A pesar de los martillazos que retumban en la habitación de al lado, Dani se niega a ceder: “Después de las amenazas del otro día de que me iban a dejar sin comer, ahora sí que no me muevo. Que se atrevan”, reta el joven, visiblemente enfadado. “Yo no me quiero ir, porque veo como está la sanidad en estos momentos y no quiero que vaya a más. Están cerrando plantas y una treintena de personas ahí abajo en urgencias esperan una cama, cuando aquí están todas vacías. No es justo”, denuncia. La semana pasada, las urgencias de Bellvitge volvieron a colapsarse durante varios días acumulando hasta 31 pacientes en los boxes pendientes de ingresar en planta. La saturación del servicio obligó al hospital a abrir una planta que suele permanecer cerrada todo el año.
A las puertas del piso 10, una decena de trabajadores y vecinos de l’Hospitalet de Llobregat hacen guardia como muestra de apoyo a la resistencia del joven. Tanto ellos como Dani temen que el centro “aproveche para trasladarlo a otra planta cuando lo bajen a hacerse una prueba”. El próximo miércoles, el joven volverá a ser intervenido de la fractura, pero asegura que exigirá un documento por escrito conforme volverá al cuarto 1010 cuando salga del quirófano. “De todas formas, tendré a gente esperando en la habitación y a las puertas del quirófano para asegurarse de que me vuelven a traer aquí. Yo no me voy hasta que me den el alta, y va para rato”, advierte el último resistente de la 10.1.