Marcha por la Dignidad de Aragón. Foto: Amparo Bella |
Enviado por AraInfo | Achencia de Noticias d´Aragón el 27 marzo, 2014
“Me voy caminando a Madrid con las marchas de la dignidad”. Había tomado la decisión, así que la expuse a familiares y amigos. Se pueden imaginar las reacciones que surgieron ante la propuesta: “¿Y para qué?”, “¿Estás loco?”, “¡No sirve para nada!”… Una retahíla de excusas, que todos llevamos dentro, y que nos inculca este sistema en el que priman el individualismo y la rentabilidad. Una de las reacciones me dio el empujón definitivo al exclamar: “¡Es una bestialidad!”. Se despejaron todas mis dudas, caminar 340 kilómetros podía ser una bestialidad, pero no mayor que quedarse en casa viendo la televisión mientras 400 familias son desahuciadas diariamente de sus casas, los pacientes comienzan a repagar sus medicinas, la educación pública languidece, la juventud se queda sin futuro…
El camino fue duro, especialmente al principio, una vez se retiraron los cientos de zaragozanos que nos acompañaron en la primera etapa. El apagón mediático de las grandes empresas de comunicación y, sobre todo, la escasez de población del Aragón rural suponían un hándicap para atravesar algunos pueblos: casas cerradas a cal y canto esperando la llegada del verano para recobrar su efímera vida estival. Sin embargo, había honrosas excepciones todos los días, gracias a las cuales los ánimos subían: los gritos de apoyo del colegio de Alfamén, los dulces artesanales y el apoyo popular de Ateca, la incorporación de tres jóvenes de Cetina dispuestos a construir su futuro, las casas cedidas en Medinaceli, los gaiteros de Sigüenza, los omnipresentes pitidos de coches y camiones… En los lugares de dormida o puchero encontrábamos personas dispuestas a caminar unos kilómetros, a lavar la ropa, a contribuir con la comida o con masajes en las machacadas piernas; en definitiva, a ser partícipes de lo que percibían como un cambio, como una oportunidad de sacudirse un sistema que cada día más personas consideramos injusto.
La organización mejoraba paso a paso, kilómetro a kilómetro, pueblo a pueblo. Las asambleas se hacían más eficientes. Se despertaba un sentimiento de fraternidad que aportaba a los marchistas una sensación de plenitud y que limaba las asperezas surgidas por el cansancio y el dolor. Conforme se acercaba el día veintidós y nos aproximábamos geográficamente a Madrid el calor del pueblo se notaba más. Al paso de la columna explicábamos por qué íbamos a Madrid. La respuesta era unánimemente de apoyo a los cuatro pilares básicos que repetíamos a cuantas personas veíamos: 1) No al pago de la deuda ilegítima. 2) Derecho a vivienda para todas personas. 3) Empleo digno con derechos y renta básica. 4) Servicios públicos para todas las personas. Se aprovechó el paso de la columna para realizar varias acciones que permitieron identificar claramente al enemigo del pueblo. Lo más emotivo fue la presión llevada a cabo en una oficina del Santander de Alcalá de Henares que pretendía dejar a Carmen y a sus tres hijas sin casa.
El sábado veintidós de marzo la columna Nordeste salió de San Fernando de Henares rumbo a Atocha para unirse al resto de columnas. A cada esquina doblada aumentaba el número de integrantes de la columna. El momento más espectacular de los 340 kilómetros de marcha sin duda aconteció en la calle de Alcalá: desde la cabecera, que subía hacia la plaza de Manuel Becerra, se miraba hacia atrás y no se veía el final de la columna que todavía bajaba al otro lado de la M-30. Decenas de miles de personas hartas de este sistema y marchando con decisión hacia el cambio. El pueblo de Madrid nos enseñó lo importante que habían sido todos los kilómetros anteriores, todos los pueblos cruzados, todas las ampollas sufridas, todos los calambres en las piernas y, en definitiva, toda la marcha. Eso no era una manifestación al uso: no había excesiva profusión de banderas ni tampoco de pancartas. Se sentía la rabia aflorar, pero controlada por la esperanza propia del que sabe que algo le desagrada y que dispone de otra opción que experimentar. Es el reflejo de un pueblo que comienza a hartarse y a organizarse.
Con el resto de columnas llegadas desde todos los pueblos del estado y con el mayoritario respaldo del pueblo de Madrid se consiguió reunir a un millón de personas, a pesar del apagón informativo. La concentración, convocada por agrupaciones muy alejadas del sistema y muy distantes de entramados verticales, parecía incomodar al sistema. Una muestra de que el miedo está cambiando de bando es la privación del derecho de reunión a un millón de personas. Alguien envió a los antidisturbios (más exacto sería decir “prodisturbios”) para irrumpir en la manifestación antes de que concluyera y sembrar el caos en las inmediaciones de Colón. Algunos manifestantes no hicieron oídos sordos a la provocación y se enfrentaron a la ilegítima acción policial. Las empresas de comunicación han utilizado esas imágenes sesgadas para machacar con titulares sobre violencia cuyo único propósito es alejar al espectador del mensaje de fondo: el hartazgo que produce vivir en un país con seis millones de parados, con cien mil emigrados anuales, con dos millones de niños malnutridos, con más de tres millones de viviendas vacías y cuatrocientos desahucios diarios, que dedica casi un 20% del presupuesto al pago de intereses de la deuda ilegítima…
Se dieron millones de pasos para llegar a Madrid, pero el mismo sábado veintidós se dio un paso importantísimo, un paso valiente, colosal, decidido y multitudinario para construir una nueva sociedad más justa y digna que comienza a reclamarse por todos los rincones del Estado: desde Chaca a Algeciras y desde Figueres a Vigo, por estudiantes y autónomos, por jóvenes y ancianos, por profesores y sanitarios, por jornaleros y becarios… en definitiva, de los pueblos del Estado español. Para que el siguiente paso sea comparable al del sábado en Madrid y nos acerque más al objetivo es necesario un trabajo diario que comienza ya.
Javier Martínez Aznar (Radio Pirineo de Uesca) | Para AraInfo