Lo que las limpiadoras de la London School of Economics pueden enseñarnos

Owen Jones

  • Un grupo de trabajadores subcontratados ha luchado por mejorar sus condiciones laborales y la universidad de élite no lo ha podido parar
  • Esta historia nos demuestra que las injusticias no tienen por qué ser permanentes

Es una universidad que se enorgullece de ser un foro de debate sobre las injusticias sociales y las desigualdades. La  London School of Economics (LSE) fue fundada por socialistas de la Sociedad Fabiana a finales del siglo XIX. Creían que la educación era un elemento clave para curar a la sociedad de sus males sociales.

La semana pasada tenía que participar en un debate en esta institución sobre el sistema de Secondary Moderns [un tipo de escuela secundaria que solo existe en el Reino Unido] y lo que realmente significa la selección educativa. A petición de las trabajadoras de la limpieza, cancelé mi participación en el último momento. Y esta es la cruel realidad: los conferenciantes con buenos honorarios (entre los que me incluyo) participan en debates sobre las grandes injusticias del Reino Unido actual. Y luego son las trabajadoras los que limpian todo; todas inmigrantes o pertenecientes a alguna minoría, y víctimas de muchas de las injusticias que se acaban de debatir.

Como muchas universidades, la LSE ya hace años que no tiene trabajadores de la limpieza en nómina, sino que contrata a una empresa. Es mucho más barato, ya que pueden ser contratados con condiciones mucho peores que el personal de la universidad. De esta manera, una universidad con un presupuesto multimillonario regatea el salario de los que limpian las bibliotecas, las salas de conferencias y las oficinas.

Los trabajadores en nomina de la LSE tienen 41 días de vacaciones pagadas, bajas por enfermedad de seis meses pagadas, buenas bajas por maternidad y derecho a la jubilación. En cambio, los trabajadores de la limpieza solo tienen el mínimo establecido por los estatutos. Si caen enfermos, no cobran nada durante los tres primeros días de baja y después solo perciben 21 euros diarios. Teniendo en cuenta que estamos hablando de trabajadores que cobran 11 euros la hora y que viven en una de las ciudades más caras del mundo, no existe la posibilidad de enfermar.

“N o se pueden permitir estar enfermos”, indica Petros Elia, secretario general del sindicato United Voices of the World (UVW, Voces Unidas del Mundo). Los trabajadores optan por ir a trabajar aunque se encuentren mal.

No es de extrañar que se autodenominen trabajadores de segunda clase, tercera clase o de ninguna clase. La respuesta de los responsables de la LSE revela las desigualdades de las relaciones industriales de una sociedad en la que los empresarios tienen la sartén por el mango.

Los trabajadores de la limpieza y aquellos que defienden su causa han sido amenazados con detenciones y requerimientos judiciales.

“E l lema de la LSE es precisamente llegar a la raíz de las causas de las situaciones”, indica Michael Etheridge, secretario del sindicato Unison. “En cambio, en todo lo referente a la subcontratación como institución ha preferido mirar hacia otro lado”.

Es admirable que estas trabajadoras hayan sido capaces de mantenerse firmes y seguir reivindicando sus derechos en este clima hostil. También debería ser una fuente de inspiración para otros con trabajos precarios y mal pagados. Las trabajadoras de la limpieza de la LSE proceden de una gran variedad de países y algunos solo hace meses que trabajan para esta institución. Sin embargo, han sido capaces de organizarse e iniciar una lucha que se ha convertido en un quebradero de cabeza para los responsables de la universidad.

Desconcertada, la LSE se ha visto obligada a hacer concesiones: empezó ofreciendo bajas por enfermedad de diez días, luego de quince y más tarde, de veinte. Sin embargo, la respuesta de los sindicatos UVW y Unison, que representa a otros trabajadores de la limpieza, ha sido tajante: esta no es una huelga para mejorar las condiciones, es una huelga para reivindicar los mismos derechos que los otros trabajadores de la institución. No pararán hasta conseguir esta igualdad.

A Unison la universidad le ha ofrecido un paquete de mejoras. Destaca una baja por enfermedad de 65 días pagados y cuatro semanas adicionales de baja por maternidad. También la promesa de “seguir avanzando hacia la plena igualdad…en un futuro cercano”. Sin embargo, es necesario que sigan presionando a la universidad para que acepte las reivindicaciones de los trabajadores.

Este culebrón permite entender el Reino Unido actual. Es una historia sobre cómo en este país la gran mayoría de los trabajos peor pagados están en manos de los inmigrantes y las minorías, sobre cómo la ley está de parte de los jefes. También es una historia de cómo, con determinación y organización, los trabajadores pueden ganar la partida.

Mildred Simpson nació en Jamaica y se mudó al Reino Unido en 1989. Durante los últimos 16 años, ha trabajado en la LSE. Unos años atrás consiguió un ascenso y la hicieron supervisora. Por aquel entonces había 25 supervisores, ahora son solo 13. Cobrando lo mismo, tiene que hacer el trabajo de dos personas. Para ella, la lucha que libran contra la LSE gira en torno a la igualdad. “Hacemos todo el trabajo sucio mientras ellos beben champán y café”, indica. También tiene un mensaje para los demás trabajadores: “Lucha por nuestros derechos tanto como puedas, por tus derechos, tu jubilación, por tener mejores condiciones y que se reconozca tu trabajo”.

Las universidades del Reino Unido reservan excelentes salarios para sus directivos: el exdirector de la LSE, Craig Calhoun,  ganaba unos 440.000 euros anuales y se gastaba  decenas de miles de euros en viajes al extranjero.

No solo tratan mal a los trabajadores de la limpieza. Los profesores cada vez tienen contratos menos seguros. En la Universidad de Birmingham, por ejemplo,  un sorprendente 70% de los trabajadores tienen contratos precarios. Los profesores trabajan más horas de la cuenta, tienen que lidiar con la burocracia y muy a menudo no saben cuántas horas trabajarán esa semana.

Los sindicatos cada vez tienen menos fuerza. Como consecuencia, la sensación de injusticia es permanente y ha dejado de ser la consecuencia de una decisión humana para convertirse en una realidad presente en nuestras vidas, como el tiempo. Si no podemos luchar contra la injusticia de forma colectiva, nos resignamos. Sin embargo, el hecho de que las voces marginadas –hasta ahora– de algunos trabajadores de la limpieza consigan poner de rodillas a una de las universidades más prestigiosas del mundo representa un gran ejemplo para los demás.

Este país ha sufrido los peores recortes salariales de su historia moderna mientras que los más ricos han visto cómo su patrimonio aumentaba sin parar. Mientras, los trabajadores tienen cada vez menos derechos y menos seguridad. Este es el rumbo actual pero puede cambiar. Las trabajadoras de la limpieza de la LSE nos han indicado el camino.

Fuente: El Diario

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